La testosterona modifica el escenario olimpico
El antecedente data de 1976. La tenista Renée Richards desafió al estrecho mundo del deporte. Ella compitió como hombre, cuando se llamaba Richard Raskin. Se sometió a una operación de cambio de sexo para que su cuerpo dejara de contradecir su sentimiento de ser mujer y quiso competir contra ellas. Necesitó que un tribunal de Nueva York le diera la razón para disputar en 1977 el Open de Estados Unidos. Fue pionera.
Cuarenta años después, el camino trazado por Renée encontró eco, dejando a la definición de sexo por cromosomas como parte del pasado. Hoy, para el Comité Olímpico Internacional, el género (masculino o femenino) no está determinado por los cromosomas de la persona, sino por la testosterona (hormona producida en los testículos de los machos y en los ovarios de las hembras).
El organismo olímpico recomendó a todas las federaciones que admitan a deportistas transexuales sin exigirles, como hasta ahora, que se operen para extirpar los órganos que definen su sexualidad (testículos, gónadas, ovarios, útero, senos); la única condición que impuso es que se compruebe que los que antes eran considerados hombres y quieran competir con mujeres tengan un nivel de testosterona inferior a 10 nanogramos por mililitro de sangre (el promedio en las hembras es entre 3 y 9,5, mientras que en los machos va de 30 a 120 nanogramos). Para ello las féminas deberán someterse a tratamientos con estrógeno, sustancia que frena la producción de testosterona.
Se trata de una recomendación y no de una regla. La medida entrará en vigencia en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, ¿será el último capítulo de la historia? Cuando una persona transexual gane una medalla, seguramente continuará. MGD