El sindrome de Estocolmo

El pueblo está enamorado de quién lo tiene capturado. Esta realidad es una constante en toda América Latina, donde los gobernantes se vuelven dioses ante los ojos de muchos y enemigos a quienes los cuestionan; no existe término medio.

La violencia que hoy estamos experimentando en nuestro país es una de las más críticas, porque no son todos los que protestan por la eliminación del subsidio a los combustibles, pero sí son algunos que quieren imponer un movimiento ideológico que se encuentra enraizado todavía en nuestro país, motivado por intereses de poder y venganza.

Implementan el terror para minimizar la acción de los afectados, haciendo que se oculten, que no actúen, dejando el paso libre para seguir con un toque de queda obligatorio pero no oficializado.

Desafortunadamente, las masas humanas que entraron por nuestra frontera sin control, también han sido manipuladas con promesas, a cambio de crear el caos e implementar el terror en todo el país.

Nosotros somos un país ingenuo, trabajador, generoso y los ayudamos.

Entendimos que hay que ser solidarios, pero desafortunadamente, algunos vinieron para ser carne de cañón y destruir todo a su paso.

En la historia tenemos varios ejemplos: el caballo de Troya, la invasión de Constantinopla o el enfrentamiento de los británicos contra los otomanos en la Primera Guerra Mundial.

No es una guerra lo que estamos viviendo, pero es una estrategia militar de desestablilización organizada y con fines bien enmarcados.

En el síndrome de Estocolmo las personas que han estado secuestradas se identifican con las ideas de sus captores durante y después de su liberación.

Existe una codependencia, un inmediatismo y un facilismo presente en algunos que se arriman a la política para lograr un puesto burocrático para lucrar y ser parte de un partido político, sin medir después las consecuencias de sus acciones.