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Reencuentro por los cien anos de ‘El Tigre’

Quien lo ve ahora, tan vulnerable, difícilmente creería que Alejandro Legarda era tan estricto en su cátedra de Contabilidad de Costo que si un alumno llegaba tarde, él, si no le cerraba la puerta en la cara antes, tiraba una tiza al piso y se marchaba

Emoción. El maestro Alejandro Legarda Jaramillo, en el homenaje que organizaron sus estudiantes del Colegio Municipal José Andrés Mateus.

Quien lo ve ahora, tan vulnerable, difícilmente creería que Alejandro Legarda era tan estricto en su cátedra de Contabilidad de Costo que si un alumno llegaba tarde, él, si no le cerraba la puerta en la cara antes, tiraba una tiza al piso y se marchaba del salón. Implacable.

Le molestaba todo lo que no tuviera que ver con rectitud. Desde la impuntualidad hasta el incumplimiento. Desde la distracción hasta la mediocridad. Legarda no dejó pasar una sola falta en sus dos décadas en el Colegio Municipal Nocturno José Andrés Mateus. Por eso le decían ‘El Tigre’.

El plantel donde se especializaba a bachilleres contables desapareció en 2015, pero las enseñanzas de este maestro centenario siguen en pie. Y él pudo saberlo el 6 de octubre pasado, el día de su cumpleaños.

De 70, vinieron 20, después de 50 años. Legarda, sentado en un sillón, escuchó en el homenaje los elogios introductorios de su exestudiante Willington Paredes. Se emocionó. Intentó pararse. Al ver que el esfuerzo era inútil, dos de sus pupilos lo ayudaron. Al fin de pie, les dijo: “Les agradezco profundamente. Siempre estarán presentes en mis sentimientos, aunque ahora no los conozca. Estoy tan viejo que ya no veo”.

‘El Tigre’ Legarda escucha, abraza, accede a fotos. Está tan lúcido que cuando le preguntan: “¿por qué fue tan estricto?”. Sin dudarlo, responde: “porque, ¿para qué iban al colegio, sino a estudiar?”.

El profe inclina la cabeza para escuchar mejor. Reflexiona sus respuestas, las suelta en orden: “Yo no he hecho sino cumplir con la obligación que me dio el colegio, enseñar”.

No fue fácil reunir a esta gallada en EXPRESO. Willington Paredes, colaborador de este Diario, tiene de vecino al maestro hace años. Fue él quien habló con su colega y excompañero Luis Cajas, administrador del Colegio de Contadores, para que, nombre por nombre, desde la base de datos de la entidad, adonde fue a parar la lista de la mayoría de los bachilleres, contacte a quienes más pueda.

Llegaron, entre otros, Zoyla Tapia. Con bastón en mano, y sentada a la diestra de su “querido profesor”, fue una de las más entusiastas de la reunión. “Debemos contar nuestras anécdotas”, sugirió. En seguida, una ronda de estudiantes de pie rodeó al ‘profe’.

Los escuchó uno por uno. “Yo pensé que usted me tenía odio”, confesó Zoyla. Las carcajadas no se hicieron esperar. “Era tan tímida que siempre me regañaba, para que aprenda... Y aprendí, profesor querido, ahora soy abogada”.

Luis Granda levantó la mano y trajo a la luz otro momento: “Nos daba cuestionarios con preguntas no incluidas en la teoría. ‘Así también es la Contabilidad’, nos decía”. Y todos siguieron: “halaba las orejas cuando estaba manchado el cuaderno”, “Nos mandaba a peinar”, “De los 25 cuestionarios, yo me memorizaba hasta las cifras...”.

Pese a su impoluta personalidad, el profe también premiaba a los buenos. A Ángel Celi lo llamó un día: “’Señor Celi’. ‘Dígame’. ‘¿Usted está trabajando?’ ‘No, señor’. ‘¿Quiere trabajar?’ ‘Si me lo permite...’. ‘Véngase a mi oficina’”. Al día siguiente fue su ayudante.

‘El Tigre’ ya no es tan tigre, pero él se encargó de que sus rugidos sean inmortales.