Presidente...

A medida que pasan los años descubro la sabiduría escondida en los dichos populares. “Somos un país de pobres sentados en una olla de oro”, se oía antaño. Es que estamos -literalmente- sentados en ella. ¿Hasta cuándo seguimos llorando porque se feriaron el petróleo? Hay que recuperar hasta el último centavo de las cuentas belgas y bielorrusas. Pero eso no significa que no podamos salir del lío, pues hay oro para regalar. ¡Solo demos gracias a Dios de que no lo descubrió el que sabemos! Pero vamos por ese rumbo. Ahí está la salida. Se puede obtener US $ 50.000 millones anuales vendiendo el oro, pero, ¡eureka!... sin extraerlo del suelo. Es decir, sin envenenar el lecho de los ríos ni causar cáncer envenenando a la población, como criminalmente se ha venido haciendo. ¿Puede haber algo más amigable para el medio ambiente que semejante forma de aprovechar el oro? Señor presidente: hay que poner a quien pueda manejar esta idea, al frente del Ministerio de Minería. Así como existen empresas que acreditan calidad (la norma ISO 9000 es un buen ejemplo), existen otras que tienen acreditada su solvencia para certificar reservas. Claro, se requiere una garantía constitucional a la inversión extranjera, que prohíba al Estado aprehender de cualquier forma los capitales invertidos, prohibiendo además impuestos de salida, como el dichoso 5 % y... bingo. Recuerden que no hay nada más cobarde que el dinero. Pero ahí viene el problema. Según el bodrio de Montecristi, para reformar la Constitución tiene que transcurrir un año y un mes entre el primero y el segundo debate (art. 441 CRE). Además hay que desmontar el hiper... ese, para tener una justicia independiente que dé confianza a los inversores. Para eso (les molesta, yo sé) hay que hacer una nueva Constitución en 3 y no una reforma en 13 meses. O sea: Constituyente contigo, loco. No hay otra. Así que a los opositores, en lugar de insultarme los invito a sentarse conmigo ante una cámara y se los doy explicando otra vez. Como dicen en España: “joder... que se han puesto duras las entendederas, tío”. Esto crea confianza, no lo contrario. ¡Presidente!