La moral del mal

La fascinación del mal no es nueva, aunque ahora se exhibe a mayor velocidad con la influencia de los medios de comunicación masivos. El narcoterrorista Pablo Escobar podría ser un ejemplo si nos atenemos a la cantidad de series televisivas sobre el personaje inundando las pantallas en vivencias de épica. El poder se muestra con armas, fiestas, mujeres, carros lujosos, viviendas exclusivas, alcohol, drogas y guardaespaldas. Es la exposición de la moral del todo vale para exhibir una superioridad sobre los demás.

En alguna parte de nosotros, que no nos gustaría reconocer en público, todos desearíamos emular a estos falsos héroes dejando el bien reducido a los placeres y lo útil, hasta buscar el propio interés para ser virtuosos.

Esta aceptación del mal genera una permisividad preocupante con manifestaciones poco alentadoras en la política. Partidos y agrupaciones manchados por la corrupción son los que se proponen en su discurso para liderar una regeneración que ellos han contribuido a degenerar.

Y los que llegan para ofrecer la higiénica alternancia de poder terminan basando su estrategia en atacar las prácticas heredadas para continuar ejerciéndolas en la más absoluta impunidad, con el escudo de la herencia recibida. En el fondo ellos se sienten legitimados con el apoyo de las urnas. La factura de la corrupción y las malas prácticas no se paga en votos y mantiene en el poder a los mismos, con las mismas maneras inmorales de actuar.

Podríamos llamarlo la banalización de la ética, que al trasladarse a la sociedad presenta a una ciudadanía indiferente ante el saqueo de lo público, justificando lo injustificable y deseosa de emular modos y conductas alejados de la moral como la entendemos.

Seamos justos, no se trata solo de los políticos. Hablamos de deportistas que deberían ser ejemplo social pero esconden el pago de sus impuestos; nos referimos a personajes de referencia en el mundo del espectáculo aprovechando su influencia para sacar partido económico y bajando en la escala de influencias, a los ciudadanos que incumplen las normas, a héroes de series televisivas y de ‘reality shows’ que instalan una idea falsa del éxito. Al final los malos son los buenos.

En Suecia tu vecino te denunciará a las autoridades si le cuentas que has defraudado al Estado en el pago de tus impuestos. En Ecuador le aplaudiríamos.