Mito y rito de la interculturalidad

Ecuador, país de regiones, de varios medioambientes y sistemas ecológicos, no puede proclamar una identidad étnica y sociocultural invariante. La sola mención como nación biodiversa la marca y define. Las diferencias están en la naturaleza, sociedad, etnicidades, culturas, economía, formaciones ideológicas. Incluso en sus imaginarios. Esto afirma su heterogeneidad.

Sumemos la matriz y dinámica regional, interregional, local abierta y de mestizaje continuo; es obvio que no hay esencialismo étnico y cultural. Afirmarlo es un desatino que niega lo que tenemos, somos y hacemos. Poner la etnicidad de una región como centro, matriz y único eje dinámico de la interculturalidad es un equívoco. Creer que las culturas indígenas, afrodescendientes y montuvias permanecen invariables, también lo es. Cualquier alusión a la interculturalidad debe de partir de esta realidad.

En el país megadiverso no hay centralidad ni esencialismo. La práctica intercultural debe considerar que esta fluye, se recrea y teje del medioambiente, las geografías, los ecosistemas, las sociedades y etnicidades diversas.

Es hora de terminar con el mito y el rito del esencialismo quichua, afrodescendiente o montuvio. En esto la montuviada del litoral tiene una gran ventaja. Siempre han reconocido su apertura, relación y vínculo al mercado que los hace proclives a influencias y readecuaciones. Por eso hay montuvios rurales y urbanos, tradicionales, modernos, posmodernos, gogoteros, perfumados y guacharnacos. Rubias, morenas y peliteñidas, profesionales, cuanto de machete y garabato. También comerciantes, vaqueros, jinetes, pescadores, etc. Se reconocen anfibios. Dicen que el mercado es el lugar donde “jacan toditititos los productos der monte”. No se reprimen y confiesan “que je vinieron par Guayas der campo”.

Hay un rito y un mito que sobrevalora la etnicidad quichua y un constante silencio e invisibilidad hacia los montuvios. Especialmente en su oralidad, imaginarios, relatos, leyendas y todo aquello que cargamos como huella étnica indisoluble, pero adaptada y abierta a la modernidad urbana.

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