La designación de María Alejandra Vicuña como vicepresidenta nos lleva a un campo de interrogantes y suposiciones. ¿Cómo una militante de AP que hizo gala de su apego al liderazgo absoluto de Correa pasa a ocupar ese lugar preponderante en la cúpula del Gobierno? ¿Cuál es la razón para que el presidente Moreno, en lugar de escoger a alguno de los ministros de probada cercanía con él, se decidió por la psicóloga Vicuña?

En gran parte de la opinión pública ese nombramiento se ha interpretado como una desatinada medida por el jefe de Estado. Si este quería poner distancias con el fundamentalismo correísta -sostiene ese conglomerado- lo obvio hubiera sido que su voluntad transite por otro lado, ponga como su segundo a bordo a alguien que le garantice la concreción, en la práctica, de su acercamiento con los diversos sectores de la sociedad ecuatoriana, a algún personaje que le sirva de soporte en la dura tarea que se le viene, ante la certeza de una agudización de la crisis económica y financiera.

El no haberlo hecho nos lleva a explorar varias razones y explicaciones. María Alejandra Vicuña, a diferencia de sus correligionarios, seguidores a pie juntillas del “ex”, se identifica con una corriente de izquierda al interior del partido oficialista, se expresa de manera cortante y categórica como una militante revolucionaria y sostiene, en cada comparecencia, que el objetivo de su participación es propender a cambios fundamentales en la sociedad ecuatoriana. Este nombramiento, en consecuencia, ha dejado sin motivos a quienes critican a Moreno para sostener que este se ha entregado a la derecha y se ha alineado con la oposición en contra de los postulados de la “revolución ciudadana”. Y es más, le ha encargado la conducción de todo el proceso de consulta, pese a que ella fue una de las más fervientes defensoras de la reelección indefinida.

No cabe duda que Moreno, con esa movida, persigue ganar puntos en la disputa por apropiarse de las “bases” de su antiguo compañero, y dejarlo fuera. ¿Le dará resultados?