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“Los restos del dia”

no sé si la lectura del premio Nobel de Literatura 2017 sea del gusto de los jóvenes y no tan jóvenes que se sienten identificados con la necesidad de la acción a toda costa y de la espectacularidad de los efectos. Para muestra, en los últimos días hemos visto en la pantalla a un Hércules Poirot que corre a toda velocidad por un puente, recibe un balazo en el brazo y pierde su glamour belga por los tropiezos que sufre.

“Los restos del día” es una novela ejemplar. Un relato estupendo donde se plantean las grandes preguntas de la condición humana, incluso si a estas alturas pueda parecer presuntuoso hablar así, mientras se describe la belleza de un paisaje inglés a la luz del atardecer o se prescriben las virtudes de los oficios: ¿Qué es la justicia?; ¿Qué es la dignidad?; ¿Qué es la lealtad? ¿Qué sentido tiene la democracia en un mundo de personas y de saberes especializados donde en último término los que conocen los problemas son los expertos que sin embargo carecen de liderazgo, de carisma y que terminan encargando la tarea al “Conductor”? Al final, como todos los grandes relatos, la pregunta por el sentido de la vida: “Después de todo, ¿qué se gana con estar mirando siempre atrás?”

Por supuesto, “Los restos del día” no es un tratado filosófico sino una novela donde la secuencia del relato, la descripción casi amorosa de los personajes, el increíble trabajo artesanal que supone dar cuenta de una mansión como fue Darlington Hall, simplemente nos embelesan, mientras vamos entendiendo, poco a poco, en el claroscuro de los diálogos y de la huidiza presencia de la luz, una de las claves de Ishiguro: “La tarde sigue llena de luz, una pálida luz roja que ilumina el cielo; sin embargo, se diría, que toda esta gente que ha empezado a congregarse en el paseo hace media hora está deseando que caiga la noche”.

Viaje de iniciación mística en la que el alma asiste a la transformación de la luz en noche, relato apasionado de paisajes otoñales donde la culpa y el perdón se confunden. “Los restos del día” es una “delicia desoladora” como dice Leonardo Valencia.