Los hombrecitos verdes del Kremlin
Hace cinco años este mes una escuadrilla de “hombrecitos verdes” (soldados sin insignia nacional) tomó el control de una estación de policía en Sloviansk, pequeña ciudad del este de Ucrania. Así empezó la segunda etapa de la campaña de Rusia para desmembrar a Ucrania, tras su ilegal anexión de Crimea en marzo de aquel año. El objetivo era establecer un miniestado semiindependiente (Novorossiya o Nueva Rusia) en el sur de Ucrania. Los insurgentes pro-Kremlin eran una extraña mezcla de exaltados nacionalistas y “voluntarios” de las fuerzas especiales rusas. Aunque Rusia les suministró “ayuda humanitaria” y armamentos de avanzada, la expectativa era que movilizaran el apoyo popular al plan de creación de Novorossiya hasta hacerlo realidad. Pero Ucrania no se rindió. Tras una elección presidencial en mayo de 2014, empezó a rechazar a los invasores y restaurar el orden. Decidido a impedir que otro vecino más profundizara sus lazos con Occidente, Putin quiso obligar a Ucrania a integrarse a una unión aduanera con Rusia, dentro de un plan para establecer una Unión Eurasiática como contrapeso a la UE. La campaña de presión del Kremlin pasó en menos de un año de sanciones comerciales, incentivos financieros e intervenciones políticas a la agresión militar declarada. Pero seis años después, es evidente que nada de eso funcionó. Aunque Ucrania todavía tiene el 7% de su territorio ocupado por fuerzas con respaldo del Kremlin y enfrenta altos costos de defensa y humanitarios, hizo notables avances en una variedad de frentes. Ya tiene un sólido tratado de asociación y libre comercio con la UE. Tras unas amplias reformas económicas, su economía comienza a despegar. Y acaba de concluir la primera ronda de una elección presidencial acorde con los estrictos criterios europeos de libertad e imparcialidad. Parte del mérito es de la UE. Hace ya una década lanzó la iniciativa Asociación Oriental, que estableció un marco más confiable para la cooperación del bloque con Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania, iniciativa en parte una respuesta a la invasión rusa de Georgia en 2008, cuando el Kremlin intentó desmembrar ese país. Ni siquiera los aliados más cercanos de Rusia quisieron reconocer esos territorios ocupados o legitimar la invasión. Y Georgia sobrevivió (en buena medida gracias a la UE) y desde entonces ha celebrado dos elecciones presidenciales imparciales. Los países de Europa oriental que no pertenecen a la UE todavía tienen serias cuestiones económicas y de seguridad que resolver. Todos deben esforzarse más en combatir la corrupción, garantizar el Estado de Derecho y abrir sus economías. Y obviamente, hay que resolver los conflictos congelados o semicongelados en Georgia y Ucrania, así como los que involucran a Transnistria y Moldavia, y el que enfrenta a Armenia con Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj. Lo importante es que se preservó la independencia de todos los “socios orientales”. Y aunque las trayectorias locales de países como Azerbaiyán y Bielorrusia son muy diferentes, todos siguen en camino hacia la democracia. Es una victoria notable para la UE y es probable que los hombrecitos verdes estén de vuelta en Moscú, borrachos, frustrados y preguntándose si valió la pena.