Frases desafortunadas

Ni la gravedad, ni el dolor del momento han podido influir en el ánimo presidencial, que no ha dejado de ser confrontador y violento. En una de sus incontables presentaciones por los medios, Correa manifiesta que suspenderá las sabatinas y suprimirá la Secretaría del Buen Vivir, en la que medita el estratosférico Elhers, si la oposición apoya sus medidas. Y en su recorrido por la zona afectada, amenaza con disponer la detención de cualquier persona que proteste, sea niño, mujer o anciano.

El intemperante personaje, en el primer caso, toma como su contrincante a la oposición. Esta es el motivo de su descarga: si actúa bien, según su criterio, él responderá dejando de asomar los sábados; si no lo hace -como de hecho ocurrirá debido a que aquella no está de acuerdo con la carga impositiva ordenada por el oficialismo- el movido programa propagandístico continuará.

Para el economista, en ningún momento asoma la gravedad del evento como la razón fundamental para que deje de gastar en promocionarse y atacar; para que ahorre no 30.000 dólares sino mucho más, si se toma en cuenta lo que implica el tiempo de los funcionarios que lo acompañan, con toda su corte de asistentes y guardaespaldas, los cientos de buses que trasladan a las barras que también cuestan, las horas de radio y televisión que igualmente se traducen en dinero, el empleo de equipos e instalaciones, la preparación de los escenarios y lo que demanda la inversión en los lugares de acogida, etc., etc. No está dispuesto a ceder, y para él, si ello ocurriera, no se trataría de un ejemplo sino de derrota frente a sus “nefastos” enemigos.

En la arremetida contra el desesperado pueblo llegó a decir que nadie que no hubiera perdido un ser querido tenía derecho a llorar. Ni el paisaje de horror y destrucción, ni el olor a muerte eran razones, según él, para expresarse en sollozos. En su lógica, hasta para llorar hay que pedirle autorización.

Un comportamiento que no está, definitivamente, a la altura de las circunstancias.

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