Elecciones en EE.UU.

Los resultados de lo que se puede llamar primarias en Estados Unidos demuestran que hay una tendencia muy profunda hacia la realización de un cambio en la conducción de ese país.

En el Partido Demócrata esas elecciones arrancaron con la señora Hillary Clinton como gran favorita, es decir con el dominio del establecimiento que ella representa. En la primera confrontación, un viejo senador, descendiente de padres judíos, demostró que la señora Clinton no pisaba terreno sólido y la dejó con muy poco del respaldo inicial. Sanders, el senador controversial, se proclama como socialista, que antes era casi como declararse partidario del demonio en ese país, marcado durante siglos por un individualismo radical. Esa calificación hoy, por el contrario, ha significado una postura renovadora en un entorno absolutamente conservador, con todos los candidatos, tanto demócratas como republicanos, incluido Barack Obama, el primer hombre de raza negra que ha llegado a la Presidencia del Estado, sometidos absolutamente al establecimiento.

Pero, al parecer el sistema que sirvió muchas veces como ejemplo para países menos poderosos, especialmente en el entorno del continente americano, hace agua, y al hacerlo arrastra en sus olas a la señora Clinton que, a estas alturas del proceso, muy pocas probabilidades tiene de ganar la candidatura del partido que se llevaría el senador ‘socialista’ -o que al menos dice serlo.

En el sector republicano ocurre una cosa parecida, en cuanto a que se presenta un individuo que arrasa con las candidaturas tradicionales y, en su caso, es un cambio que retorna al pasado, especialmente en cuanto a la política exterior y a la inmigración, que ha sido el segmento humano sobre el cual se ha asentado el poderío norteamericano. Trump no ha tenido empacho en afirmar que en su gobierno pondrá un cordón sanitario para impedir el ingreso de inmigrantes, especialmente procedentes de México, y ha manifestado que hará que se respete a Estados Unidos, como una norma de política exterior en alusión a las posturas de Cuba y Venezuela, bajo los gobiernos de los Castro y Maduro. Es probable, entonces, que en su gobierno se retorne a la Guerra Fría, no específicamente contra Rusia y China, sino también contra los gobiernos socializantes de América Latina.

El cambio en el un caso puede ser un innovador gobierno de signo izquierdista, si las poderosas corporaciones no lo someten, y en el otro, una postura que recuerde el Big Stick y las acciones encubiertas que pusieron y derrocaron gobiernos en América Latina.

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