Las dos grandes potencias

Cuando en un lugar no determinado del Atlántico Norte, en plena Segunda Guerra Mundial, se reunieron en un acorazado norteamericano, Roosevelt y Churchill, el presidente de los Estados Unidos propuso que, acabada la conflagración, se creara una nueva organización, casi como un superestado para que, reemplazando a la fracasada Sociedad de las Naciones, pudiera imponer la paz y seguridad, impidiendo nuevas guerras. La idea fue tomando forma, pues los países aliados la acogieron hasta que, en San Francisco, California, se reunieron los representantes de los Estados ganadores de la guerra y aprobaron la Carta de las Naciones Unidas, la misma que ya empezaba reconociendo ciertos privilegios para los cinco grandes que, por comprometerse a ser los garantes de esa posible paz, se proclamaron miembros permanentes de uno de sus organismos: el Consejo de Seguridad, en el que tendrían el derecho al veto.

No está demás que insistamos en que Naciones Unidas no ha logrado cumplir con la misión para la que fue creada. Después de la disolución de la Unión Soviética, quedó solo Estados Unidos como esa especie de superestado en que se ha tenido que recurrir cada que han aparecido focos de tensión en el mundo.

Algo quiso hacer la Unión Europea, pero ya estamos viendo los esfuerzos que hace para no disolverse.

Surge otro poderoso. Quien ha surgido para enfrentar a Estados Unidos es China, ahora preocupada de convertirse en una gran potencia comercial y ejerce, por lo pronto, su dominio sobre buena parte del Asia y haciendo esfuerzos para introducirse en América Latina. El nacionalismo que Trump proclama, la está favoreciendo mucho más.

Con la llamada “nueva ruta de la seda”, que consiste en un corredor comercial, China quiere extender su influencia a Medio Oriente y África.

Es un enorme y ambicioso proyecto de infraestructura y, si todo sale como está planeado, podría conducir a crear una de las zonas económicas más importantes del mundo.

Se trata del Corredor Económico China-Pakistán (CECP), cuyo objetivo es unir la región occidental de China con el mar Arábigo y el océano Índico, vía Pakistán.

Esta nueva ruta, no por casualidad, así como lo hicieron las vías comerciales que permitieron exportar seda china desde el siglo I a.C., es un paso adelante en las ambiciones de China de conectarse mejor con Medio Oriente y con el este de África.

El corredor incluye la modernización de carreteras, ferrocarriles, gasoductos y otros grandes proyectos de infraestructura desde la costa paquistaní del Mar Arábigo hasta la frontera noreste del país, que limita con China.

El proyecto tendrá un costo de casi $ 51.000 millones, de los que $ 46.000 millones provendrán de China, y llegará cerca de la frontera con Irán, el punto donde termina el corredor estratégico. Pero, el gran problema es la seguridad, debido a que Baluchistán (Pakistán), la provincia donde el puerto está situado, es escenario de una feroz insurgencia de grupos islamistas desde hace más de una década. Además, el diseño del corredor está hecho a través de zonas que resultan de fácil acceso para la insurgencia del talibán. Auméntense a ese problema, el celo de India, que es con China gran socio comercial, y las malas relaciones que tiene India con Pakistán.

Para China, por su parte, lo que hace más atractivo el proyecto es precisamente la posibilidad de contrarrestar la influencia de India en la zona, así como el peso del otro gran aliado paquistaní: Estados Unidos.

La posición de Estados Unidos. Parece que a Trump, pese a su declaración nacionalista, le interesa superar el problema con Corea del Norte y para eso necesita la cooperación de China y Rusia. Además, toda la humanidad, por propia supervivencia, espera que la nueva superpotencia encuentre la fórmula para evitar una nueva guerra nuclear, en la que se juega, para nuestro entender, la existencia de la humanidad. Todo esto nos hace concluir que todavía en los grandes conflictos internacionales se tendrá que recurrir a los Estados Unidos, debido a que la idea de la creación de Naciones Unidas no dio el resultado que se esperaba.

Como, casi una norma, los países reniegan de la intervención de Estados Unidos en los conflictos mundiales, pero, al final, recurren a él. No quiso meterse en Afganistán, peor en Siria; sin embargo, terminan pidiendo su participación, aunque sigan acusando al imperialismo norteamericano de estar en todas partes.

Hasta tanto, China espera con paciencia. Ya está en África y está ingresando muy fuertemente en América Latina, con muchos préstamos y obras.