La dificil superioridad moral
¿Es posible hablar de superioridad moral en tiempos de igualdad? ¿No se está volviendo con ello a recaer en la ideología del colonialismo de la época Moderna, que impuso su propio ritmo y valores a culturas que no tenían igual desarrollo económico y productivo? ¿Quién, en nombre de la igualdad, puede conducir a un equilibrio donde se haga presente una cierta superioridad moral que permita liderar, pero que no vuelva al resto de los individuos, grupos o naciones, meros seguidores que por ello han perdido precisamente su igualdad?
Estas interrogantes, tan de nuestro tiempo, fueron ya planteadas en los diálogos platónicos. Una respuesta posible sería la que le dio Harry Truman a Henry Kissinger, cuando este último le contestó sobre qué le enorgullecía más de su mandato como presidente de EE. UU.: “Que derrotamos por completo a nuestros enemigos y luego los trajimos de vuelta a la comunidad de las naciones”.
Entre una superioridad moral para hacer y ganar la guerra y luego para convivir en un orden común, lo más importante es lo segundo, más allá de los aplausos del momento. En ese sentido, Hitler arrolló militarmente a Europa durante tres años, pero fue incapaz de reunir, bajo el poder de la negación, ese imperio que cayó en mil pedazos.
El orden mundial de la democracia sobrevive, pese a sus crisis y a sus dictadores que emergen como demócratas; sin embargo, ejercen el viejo hábito del despotismo.
“No quiero pertenecer a una generación de sonámbulos que ha olvidado su pasado”, dijo hace poco Emmanuel Macron en el Parlamento Europeo. Ese pasado es la grandeza francesa que instaló la igualdad junto con la libertad en la democracia, “el único modelo que emancipa y protege al individuo”, como comentaba Máriam Bascuñán en El País. Difícil coincidencia: el énfasis en la igualdad termina en totalitarismo y destruye a sus supuestos beneficiarios. Es el caso de Venezuela, de Nicaragua y de Cuba desde 1959.
¿El reconocimiento de los iguales como iguales, es la clave de la democracia? ¿Acaso, no hace falta para ello cierta grandeza?