La espera. Desde tempranas horas del viernes, o durmiendo allí la noche anterior, los jóvenes aguardaban el proceso de acuartelamiento ayer bajo sábanas que colocaron como carpas.

El cuartel como solucion

Desde sombrillas hasta sábanas. Todo servía para resguardarse del sol, la tarde de ayer.

Desde sombrillas hasta sábanas. Todo servía para resguardarse del sol, la tarde de ayer. Colchas, cartones, pedazos de plástico colocados como carpas, o las copas de los árboles del parterre central. Todo era válido para los acampantes de la acera de la Base de Movilización Occidental (antes llamada Junta Militar, situada en la avenida Democracia), quienes desde el jueves aguardan un cupo para el acuartelamiento de hoy.

Ellos ya saben que el proceso solo da un número determinado de cupos para que los jóvenes vayan al servicio militar voluntario (1.017 para Guayaquil). Y la demanda es elevada. Y las ilusiones de irse también (en marzo se presentaron más de 3.000).

Hermes Loor reservaba un puesto desde las 13:00. Su hijo Juan Carlos, de 19 años, tiene la ilusión de hacer el servicio militar y espera quedarse. Ya lo intentó hace dos meses y no pudo irse. “La fila era muy larga y ya no alcanzó. Por eso esta vez decidimos hacer fila desde antes del sábado”, contó el papá, quien lo acompañaría en la noche.

Igual plan tenía Francisco Alay, un agricultor oriundo del cantón Pedro Carbo, que desde las 06:30 de ayer aguardaba sentado sobre un pedazo de cartón hasta que llegue su hijo Jipson Alay Menoscal, de 18 años.

“Él quiere irse. Quiere cumplir con su deber y yo lo apoyo. Yo no hice el servicio militar cuando joven y por eso se me hizo muy difícil conseguir trabajo después, porque no tenía la libreta militar. Ahora aunque no es obligatorio sirve tener ese documento”.

Junto a él, Gisella Barre también cuidaba un lugar para su hijo, Jhon Riofrío, quien anhela ser militar y piensa que teniendo como base la conscripción se le hará más fácil.

La mayoría de los muchachos instalados allí sueñan con ser militares y por esa vía cambiar en algo su vida, su economía; asegurar un futuro, o al menos, cumplir con el período de conscripción (seis meses) y adjuntar esa información a su currículo.

Por ello están allí. Algunos como Kevin Rosado Suárez, habrán pasado dos noches en el sitio. Él llegó a las 11:00 del jueves y desde ese momento espera que las puertas del establecimiento se abran y sea elegido. En su espera lo ha acompañado su madre y su hermano, pero también algunos de sus amigos del barrio (Suburbio), que irán con él.

Aunque graduado del colegio no está en sus planes continuar con los estudios universitarios. No por ahora. Su ilusión es hacerse militar, por ello espera quedarse luego de la conscripción y, aunque no lo consiga, al menos cumplir y aprovechar lo aprendido para conseguir un trabajo estable.

Al igual que él, Jeffrey Govea, de 20 años, espera irse. Aguardaba en el sitio desde las 07:00 de ayer. Tenía el número 67, según sus cuentas; y, con algo de suerte podrá acuartelarse, dejando sus estudios universitarios en segundo plano. Será a la vez cumplir con el deber y probar su valentía.

Las historias son similares. Los mismos sueños, las mismas razones, diferentes nombres. Quieren hacer una carrera en la milicia, vestir de uniforme, ayudar a la patria y conseguir un trabajo estable.