De quien es la consulta

la omnipresente y melosa propaganda política respecto de la consulta del mes de febrero empieza a aparecer, inicialmente en forma de vallas. El presidente usa los distintivos verdeflex de Alianza PAIS, y las arengas son todas alusivas a votar por el Sí.

En el bizarro ambiente político que vivimos, los conceptos cuánticos del presidente se hacen realidad: Alianza PAIS propugna y lleva adelante la consulta, y Alianza PAIS se opone tajantemente a la consulta. Cualquier extraño se sentiría confundido por este inusual desdoble, de ser y no ser al mismo tiempo. Correa y su rebaño, obviamente, ven a la consulta como un ataque directo al legado (de “pendejadas”, diría el licenciado) de la RC. Y no se equivocan, pues lo que los ecuatorianos desean es dejar la pesadilla socialista y a su líder atrás. El cinismo del que Correa hace gala en forma reiterada le hace afirmar que todo lo que va contra su voluntad es un golpe de Estado. Se olvidan él y sus secuaces que se inauguraron, precisamente, con un golpe de Estado luego de que el presidente-electo, al juramentar omitió hacerlo usando la fórmula constitucional. De no tener un solo diputado, en pocas semanas, y aupado por quienes luego se arrepentirían de por vida y pasarían a constituirse en sus acérrimos contradictores, Correa arremetió contra los resultados electorales y consumó la defenestración de 57 diputados, descalificando a millones de electores; sacó, literalmente por la ventana, a los miembros del Tribunal de Garantías Constitucionales; y organizó un poder omnímodo a través de una injurídica asamblea constituyente que procedió a emitir mandatos sin tener la potestad para ello, arrojando un texto constitucional (concebido como plan de negocios) redactado por extranjeros: no electores ni elegidos.

La década de abusos desmembró el vulnerable tejido social del país. El populismo se posesionó, junto con la mitomanía y la corrupción organizada, como política de Estado. Se despilfarró la mayor fortuna que la República jamás tuvo. Se proclamó el caudillo como jefe de todos los poderes, lo que le permitió montar un remedo de legislatura, nombrar como magistrados a sus compadres y comadres, manipular los resultados de las elecciones, y romper su propia constitución cuantas veces le dio la gana. Armó un mamotreto denominado “poder de participación ciudadana y control social”, cual experimento de ingeniería social con resultados preconcebidos, todos asegurados por una pléyade de oscuros actores que de representantes ciudadanos no tienen ni la presencia.

Es esta la herencia que los ecuatorianos queremos echar al cesto de la basura de la historia, luego de castigar a los perpetradores del atraco a la nación.

Pretender banalizar la consulta con renovadas manifestaciones partidistas produce una reacción de rechazo. El único dueño de la consulta es el soberano, esto es, colectivamente, el pueblo ecuatoriano. La consulta no es el fin, es el medio para iniciar y llevar a cabo la profilaxis que requerimos como nación para trasponer el capítulo de mayor oscurantismo en la historia nacional, y darnos la oportunidad de instituir la democracia.