Condena infame

Una condena infame avergüenza a la justicia de nuestro país y no solo a la jueza que displicentemente la dictó, por su falta de respeto a la condición de la víctima. Una mujer de 22 años, Priscila, con un embarazo de 14 semanas, fue arrastrada por más de cuatro cuadras en Quito por su expareja, de 24 años, de nombre Sebastián C., luego de ir a una fiesta en un bar, a donde la había llevado su expareja, quien luego de una discusión procedió a pegarle, patearla brutalmente, arrastrarla por la calle y pisarle manos y cuello, causándole el aborto del ser que llevaba en sus entrañas. El examen médico legal corroboró múltiples golpes en cabeza, brazos, manos, mamas, abdomen, piernas, uñas. Pero como el agresor se declaró culpable del “delito de lesiones” por el que fue juzgado en audiencia en el Complejo Judicial de Calderón, el viernes 22 de febrero la jueza España del Carmen Gonzaga se acogió a un procedimiento abreviado y le impuso la pena de prisión de seis meses, solicitando que se investiguen dos delitos adicionales: violencia psicológica y aborto no consentido, que debieron ser juzgados en el mismo proceso. Como desde el 22 de octubre en que sucedieron los hechos, el agresor llevaba 4 meses privado de libertad en el Centro de Detención Provisional de El Inca, saldrá libre en dos meses más. La resolución no señala ninguna suma de dinero en reparación de los daños causados a la víctima ni la atención psiquiátrica a la que deba someterse para superar el trauma por la brutal agresión. Priscila, asombrada, solo dijo: “La sentencia es una burla; que un hombre casi me mate, mate a mi bebé y solo le den 6 meses, es nada. Es un insulto para lo que viví y para mi seguridad personal; si me pasa algo es culpa del Estado”.

Las leyes están ahí y la denodada lucha de las feministas, de todos los que nos avergonzamos de la violencia machista que parece implantada al rojo vivo en generaciones de jóvenes todavía con esas taras atávicas. Mucho tiene que cambiar el comportamiento social, los esquemas de la verdadera hombría, no la de ancestro indígena y servil que se desquita golpeando a sus mujeres del maltrato que recibe en su propia vida. ¿Pero qué hacer cuando una jueza -mujer- mira y evalúa tan desaprensivamente el dolor y sufrimiento de otra mujer?