Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

Casa de la Sabiduria musulmana

Los gobiernos musulmanes saben que los avances tecnológicos son muy favorables para el crecimiento económico, el poder militar y la seguridad nacional. Estos últimos años, muchos han incrementado en gran medida la financiación para ciencia y educación. Aun así, está muy difundida la opinión (especialmente en Occidente) de que el mundo musulmán prefiere seguir desconectado de la ciencia moderna.

Los escépticos tienen algo de razón. Los países de mayoría musulmana invierten, en promedio, menos del 0,5 % de su PIB en investigación y desarrollo, mientras las economías avanzadas invierten cinco veces esa cifra. También tienen menos de diez científicos, ingenieros y técnicos por cada mil habitantes, contra un promedio mundial de 40 y de 140 en los países desarrollados. El problema no tiene que ver tanto con cuánto dinero se invierte o cuántos investigadores se emplean, sino con la calidad básica de la ciencia que se produce. Demasiados musulmanes olvidaron (o nunca conocieron) los brillantes aportes científicos que hace mil años hicieron los estudiosos islámicos, y no consideran que la ciencia moderna sea indiferente o neutral respecto de las enseñanzas del islam. Algunos importantes escritores musulmanes han llegado a sostener que disciplinas científicas como la cosmología son contrarias a su sistema de creencias. La oposición a la ciencia se debe a que “intenta explicar los fenómenos naturales sin recurrir a causas espirituales o metafísicas, solo por medio de causas naturales o materiales. Dada la tensión y polarización entre el mundo islámico y Occidente, no es extraño que muchos se ofendan cuando se los acusa de estar cultural o intelectualmente mal preparados para la competitividad en ciencia y tecnología. Precisamente por eso, gobiernos de todo el mundo musulmán están aumentando enormemente sus presupuestos para I+D. Para que el mundo musulmán vuelva a convertirse en un centro de innovación, sería útil recordar la “edad dorada” islámica que se extendió desde el siglo VIII hasta bien entrado el siglo XV.

Uno de los epicentros intelectuales más famosos de esa época fue la Casa de la Sabiduría, en Bagdad, la mayor biblioteca del mundo en aquel tiempo. Aunque los historiadores aún no se ponen de acuerdo respecto de la existencia real de esa academia y su función, esas discusiones son menos importantes que el poder simbólico que aún conserva en el mundo islámico. A los líderes de países del Golfo que imaginan proyectos multimillonarios de recrear la Casa de la Sabiduría, poco les importa que la original haya sido o no una modesta biblioteca heredada por un califa de su padre; lo que quieren es reanimar el espíritu de libre investigación que la cultura islámica perdió y necesita recuperar con urgencia.

Para lograrlo habrá que superar desafíos inmensos. Muchos países dedican una cuota desproporcionada de la financiación para investigación a la tecnología militar, lo que nace de la geopolítica y las tragedias de Medio Oriente más que de la sed de puro conocimiento. Los más brillantes científicos e ingenieros jóvenes de Siria tienen preocupaciones más urgentes que la ciencia básica y la innovación. Pocos árabes verán los avances en tecnología nuclear de Irán con la misma ecuanimidad con que miran el desarrollo de la industria de software malasia.

Project Syndicate