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Guillermo Lasso, presidente electo, visita las instalaciones de TC Televisión
Recorridos. Guillermo Lasso estuvo el viernes en TC Televisión, en Guayaquil, y les prometió a los trabajadores que respetará la libertad de prensa.Cortesía

Todos los caminos conducen al centro

Guillermo Lasso anticipa su ruta. Su éxito depende de su capacidad para hacer un gobierno de unidad.

La primera semana de actividades de Guillermo Lasso como presidente electo ha estado plagada de mensajes significativos y pistas que permiten anticipar por dónde transitará su gobierno. El presidente electo parece tenerlo claro: él está condenado a hacer el gobierno de transición que reinstitucionalice el país y pase definitivamente la página de la larga y triste noche autoritaria (para parafrasear una consigna muy socorrida por los autoritarios). Es decir: lo que Lenín Moreno, por sus limitaciones evidentes, no pudo o no quiso hacer. La clave, para ello, está en su propio eslogan de campaña: el Ecuador del encuentro. ¿Y qué mejor lugar para encontrarse que el exacto centro?

1. Concertación política o estado de guerra

Andrés Arauz se adelantó: el mismo domingo de elecciones, en su discurso de aceptación de la derrota (que fue el discurso de un demócrata, por tanto incompatible con las prácticas de su movimiento político y con sus propias creencias, por tanto poco confiable y difícil de tomarse en serio), propuso a Pachakutik y a la Izquierda Democrática que se unieran con el correísmo para formar una coalición parlamentaria de izquierda. Esas palabras deben interpretarse como una invitación a constituir un nuevo radicalismo.

Uno puede recordar ciertas posturas de los líderes de esos partidos y pensar que la propuesta de Arauz tiene terreno fértil para germinar: las ácidas invectivas de Yaku Pérez y Marlon Santi contra el candidato banquero; la explicación de María Sara Jijón, compañera de fórmula de Javier Hervas, quien al ser emplazada a definirse contra la alternativa autoritaria en la segunda vuelta respondió que no se debía olvidar que la Izquierda Democrática es de izquierda, dando a entender que la primera parte de su nombre era más importante que la segunda. Sin contar con un asunto que Pachakutik parece no tener resuelto: ¿cuántos de sus 27 asambleístas electos son, en realidad, gente más cercana a Jaime Vargas y el mariateguismo que a la línea oficial del partido? Algunos dirigentes contactados por Expreso dicen que menos de diez. Otros, que más de 15.

En cuanto al correísmo, lo que se sabe de fuentes internas es que, a despecho de las conciliadoras palabras pronunciadas el domingo pasado por su candidato, en las filas de la Revolución Ciudadana se están preparando para ejercer una oposición intransigente, sin tregua ni descanso. Por eso, de llegarse a concretar, aun reconociendo el amplio margen de acción que el sistema presidencialista concede al Ejecutivo, esa alianza legislativa planteada por Andrés Arauz restaría a Guillermo Lasso un amplio margen de gobernabilidad.

Solamente un gobierno de centro podría evitar esa amenaza. El presidente electo ha dado algunas buenas señales. Primero, invitar a los líderes de Pachakutik y la Izquierda Democrática a sentarse con él para discutir la agenda de gobierno. Segundo, dejar abierta la posibilidad de, en sus propias palabras, “compartir el gabinete”. Al respecto, sus declaraciones a este Diario no pudieron ser más específicas: “No niego la posibilidad -dijo- de que mi gabinete lo formen ecuatorianos de las corrientes de pensamiento socialdemócrata o de la corriente de pensamiento de los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador”. No se debe descartar la posibilidad de que el acuerdo contemple ceder, por ejemplo a Pachakutik, la Presidencia de la Asamblea.

Alianzas así se han hecho y se han deshecho innumerables veces en el Ecuador. Hasta Lucio Gutiérrez entregó cargos y ministerios cuando llegó a la Presidencia. Por eso es importante que esos nombramientos sean, más que simples cuotas de poder, designaciones reales de políticas públicas. Se necesita mucha generosidad de lado y lado para ejecutar un acuerdo de ese tipo. La pelota, este momento, está en la cancha de Pachakutik y la Izquierda Democrática.

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2. Alguien debía poner a las élites en vereda

El periodista José Hernández, director de 4 pelagatos y columnista de este Diario, anota un hecho fundamental sobre el presidente electo que no suele tomarse en cuenta en los análisis y que la izquierda, poco amiga de los matices, no sospecha: las élites (tanto las de Guayaquil como las de Quito) no lo quieren. No lo apoyaron en sus campañas anteriores pese a ser el candidato con más posibilidades para derrotar al correísmo; y si en esta elección hubo un pacto con el Partido Social Cristiano (que no le reportó mayor cosa en términos de votación), fue francamente porque a Jaime Nebot no le quedaba más remedio. Esto otorga a Guillermo Lasso, con respecto a esas élites, una ventaja inestimable que ningún presidente de su tendencia ha tenido: no les debe nada.

No se caracterizan por su visión de país precisamente las élites económicas. Basta con echar un vistazo a las demandas que las cámaras de la producción suelen remitir a los gobiernos de turno para advertir hasta qué punto la lógica corporativista está enraizada en los asuntos públicos. Esas demandas son, sin caricaturizarlas, los equivalentes empresariales de un pliego de peticiones del Frente Unitario de Trabajadores. Empresarios como Xavier Hervas, dispuestos a endosar su apoyo a un régimen dictatorial que atropella libertades públicas a cambio de contactos que les permitan ampliar sus mercados internacionales, tristemente abundan en el Ecuador. ¿Será un presidente de derecha quien finalmente les ajuste las tuercas a esos empresarios que anteponen sus intereses a los del país?

El lunes pasado, en Quito, en su primera comparecencia ante los medios de comunicación después de su victoria electoral, Lasso dio muestras de que sí: “Vamos a trabajar -dijo- para que el dinero mal habido se devuelva a las arcas fiscales, pero también vamos a trabajar para que aquellos a los que les va bien en la vida pero no pagan impuestos, tengan que pagar esos impuestos porque es dinero sagrado del pueblo ecuatoriano. No puede alguien decir ‘yo soy un empresario’ y cuando voy a la página del SRI lleva diez años sin pagar un centavo de impuestos”.

Sin duda Guillermo Lasso tiene una visión liberal de la economía y su plan de gobierno es deudor, en gran medida, del ‘think tank’ de esa tendencia que él fundó hace 15 años, la Fundación Ecuador Libre. Pero no parece ser por mera retórica electoral que su discurso ha integrado conceptos como la equidad, la redistribución y la igualdad de oportunidades, que sus colegas libertarios desdeñan, y que su agenda de gobierno (que pone los principales acentos en las políticas para acabar con el hambre, la desnutrición crónica y la falta de empleo) parezca conducirlo inevitablemente hacia la consolidación de un Estado de bienestar. En gran parte de sus prioridades, Lasso se aproxima a la socialdemocracia más de lo que a muchos de sus colaboradores les gustaría.

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3. Los inevitables límites de un conservador

Los temas de la sociedad contemporánea han sido, a lo largo de su carrera política, la piedra de toque del conservador, antiaborto y ultracatólico Guillermo Lasso, miembro del Opus Dei. Esa desconexión con la sociedad le pasó factura: a ella se le atribuye, en gran parte, su derrota en la primera vuelta, donde obtuvo la votación más baja de su carrera política. Asumir esa lección no le salió gratis: tuvo que violentar sus propias convicciones para ponerse al día. Hoy, también en este aspecto, Lasso apunta al centro.

Los derechos de las mujeres fue el tema que el recién electo presidente Guillermo Lasso puso por delante en el discurso de proclamación de su victoria, el pasado domingo. El lunes lo volvió a hacer en su primera presentación ante los medios de comunicación, en Quito. En ambos casos habló, también, del respeto a las minorías sexuales. Son materias que siempre le fueron ajenas y que ahora deberán hacer parte de su agenda de gobierno por una simple cuestión de consecuencia frente a quienes le dieron el triunfo.

Pero un conservador de 65 años es un conservador de 65 años: alguien que, ante el drama del embarazo adolescente, promete ser un padre para las jóvenes madres y sus hijos. La periodista Alondra Santiago lo recriminó acremente por esa declaración, que muestra con claridad los límites de quien acaba de descubrir los derechos de las minorías. El giro que supo imprimir Lasso a sus convicciones es notable, pero no se le puede pedir radicalismos imposibles. Él no será el presidente que impulse una ley para despenalizar el aborto. Pero si la Asamblea Nacional aprobara una ley semejante, no sería raro verlo someterse a esa voluntad en acatamiento de las reglas del juego democrático.

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