Carencia. Pulgar con su hijo Emmanuel, en Punto Fijo, en el estado de Falcón.

Aumenta el abandono de los ninos por el hambre

Tres consejos locales de protección infantil y cuatro grupos de bienestar social en Falcón confirmaron el aumento de los casos de padres que entregan a sus hijos al Estado, organizaciones benéficas, amigos o familiares.

Luchando por poder alimentarse a ella misma y a sus siete hijos, en medio de una abrumadora crisis económica, la venezolana Zulay Pulgar decidió pedir en octubre a una vecina que cuidara de su niña de seis años.

La familia vive de la pensión de vejez del padre de Pulgar, que representa unos seis dólares mensuales al tipo de cambio paralelo.

“Es mejor que tengan otra familia que terminar en la prostitución, drogas o morirse de hambre”, dijo la madre desempleada de 43 años, sentada en la entrada de su desvencijado hogar con su hijo de cinco años, su padre y su esposo, también sin trabajo.

Tres consejos locales de protección infantil y cuatro grupos de bienestar social en Falcón confirmaron el aumento de los casos de padres que entregan a sus hijos al Estado, organizaciones benéficas, amigos o familiares.

El Gobierno no ha divulgado datos sobre este nuevo fenómeno en Venezuela, pero las ONG luchan por recopilar estadísticas.

Cada día en el centro de servicio social del municipio Carirubana, en el estado Falcón, donde se supervisa el caso de Pulgar, más de una docena de padres pide ayuda a diario para cuidar a sus hijos. En 2015, en promedio asistía solo un padre por día.

“El motivo principal es la falta de alimentos”, dijo María Salas, directora del pequeño centro.

En algunos casos, los padres simplemente están abandonando a sus hijos. El mes pasado, un bebé fue encontrado dentro de una bolsa en una zona relativamente acomodada de Caracas y un niño malnutrido de un año fue dejado en una caja de cartón en Ciudad Guayana. Otros son abandonados en hospitales tras nacer. También hay más casos de niños mendigando o prostituyéndose, según trabajadores de bienestar social.

Zulay sueña con llevarse a su hija de nuevo a casa, en la ciudad de Punto Fijo, pero no cree que su situación mejore: “Esto está escrito en la Biblia, estamos viviendo las últimas”.