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Los comuneros organizan caminatas, comparten comida tradicional, explican la cosmovisión andina.Patricia Oleas / Expreso

Dunas de Chimborazo: espejos de interculturalidad y resistencia andina

Las dunas de Chimborazo, ubicadas en los páramos andinos, son mucho más que formaciones geológicas inusuales

En Chimborazo, la arena también cuenta historias. No hace falta llegar a la costa para caminar sobre dunas: basta con abrir los ojos en medio de la Sierra, allí donde uno espera encontrar páramos fríos o dorados campos de cebada. 

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En esta provincia de contrastes, las dunas son más que rarezas geográficas: son territorios vivos donde la tierra y la cultura se funden, donde la identidad indígena no se exhibe como atractivo turístico, sino que se ofrece como una forma de convivencia.

Las dunas más conocidas emergen en Palmira, cantón Guamote, y en La Pacífica, en la parroquia Tixán de Alausí. Ambas han sido abrazadas por sus comunidades y transformadas en espacios de encuentro. No se trata solo de turismo, sino de un diálogo entre quienes habitan la tierra y quienes la visitan. Aquí, el viento no solo modela el paisaje: también teje relaciones humanas.

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A primera vista, Palmira parece un accidente. Dunas altas, de arena clara, se recortan contra el cielo andino a más de 3.000 metros de altura. Pero nada aquí es casual. Este desierto nació por el desgaste de los suelos, por el olvido estatal, por los tiempos duros en que el sobrepastoreo y la tala sin control erosionaron la tierra hasta convertirla en polvo.

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Las comunidaes se organizan para poder llevar a los turistas a conocer el lugar.Patricia Oleas / Expreso

Sin embargo, la comunidad no huyó. La recuperó. Reforestó con pinos, protegió lo que quedaba y aprendió a mirar su paisaje con nuevos ojos. Ahora, cada visitante que llega —mochila al hombro, cámara en mano— es recibido por guías comunitarios que no solo muestran la duna: explican cómo fue posible salvarla.

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Anselmo Ushca, comunero de Galte Laime, lo resume así: “Antes no sabíamos que esto podía ser bello. Era solo tierra perdida. Pero un día entendimos que la arena también puede florecer, si uno la cuida. Y eso hacemos: cuidar lo nuestro y contarlo a quien quiere aprender de nuestra cosmovisión”

La experiencia en Palmira es profundamente comunitaria. No hay intermediarios. Los comuneros organizan caminatas, comparten comida tradicional, explican la cosmovisión andina. El turismo no reemplaza la vida de la comunidad: la complementa. Además todos los ingresos se administran en comunidad. En cada conversación, en cada vaso de chicha ofrecido, se abre un espacio para el entendimiento mutuo.

Un espacio para el encuentro 

Mientras más al sur, en el cantón Alausí, las dunas de La Pacífica son más jóvenes como destino turístico, pero no menos significativas. Ubicadas en la parroquia Tixán, estas formaciones también surgieron de la erosión, pero han sido recientemente descubiertas como un espacio de encuentro entre naturaleza y cultura.

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Es posible construir un país diverso desde el respeto, desde la memoria, desde la raíz.Patricia Oleas / Expreso

Aquí, los jóvenes han tomado el liderazgo. Guiados por el consejo de sus mayores, han comenzado a desarrollar un turismo que respeta los tiempos comunitarios y las formas tradicionales de organización. Nada se impone desde fuera. Las decisiones se toman en asamblea, las actividades se coordinan entre vecinos, y el visitante es invitado a entrar, no como espectador, sino como parte de una experiencia viva.

Juana Toapanta, guía joven y orgullosa de su tierra, es parte de los recorridos “Cuando alguien viene, no le decimos solo: ‘mire la arena’. Le decimos: ‘esto somos’. Le contamos nuestras historias, nuestras fiestas, cómo celebramos la vida. Y también escuchamos. Es un intercambio” explica.

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A veces, los turistas llegan con prisa. Pero se van despacio. Se quedan a acampar, a compartir un plato de mote, a deslizarse por la arena con tablas o simplemente a escuchar a los niños que recitan versos en kichwa. “Nunca pensé que en la Sierra habría un lugar así”, dice María Sol Serrano, visitante de Cuenca. “Pero lo mejor no fue la duna. Fue la gente. Me enseñaron que la interculturalidad no es una palabra bonita: es algo que se vive”.

Las dunas de Chimborazo no son un decorado. Son protagonistas. En ellas se expresa una forma de entender la tierra, el tiempo y el otro. En Palmira y en La Pacífica, la interculturalidad no es una consigna: es una práctica cotidiana, construida en el saludo, en la hospitalidad, en la paciencia de quienes enseñan sin imponer.

Y así, entre los granos de arena que vuelan con el viento, se desliza también una verdad profunda: que es posible construir un país diverso desde el respeto, desde la memoria, desde la raíz. Porque donde la arena tiene memoria, la cultura florece.

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