¿Una sociedad de cómplices?

En una democracia moderna es imprescindible participar con sana crítica, para proponer soluciones.

Desde antes de su fundación como república, se han evidenciado algunos males que persisten en el comportamiento de la sociedad. Uno de ellos, firmemente arraigado, es la tendencia al encubrimiento. Con distinto género de argumentaciones se tolera el asalto a los fondos públicos, la negligencia en el manejo de los bienes del Estado o la pésima prestación de los servicios que se brindan a los ciudadanos. Salvo la comprometida voluntad de realizar denuncias, cultivada por medios de comunicación, son raras las acciones que en ese ánimo efectúan los distintos sectores sociales. De esperar sería que, siendo antiguas las inequidades, el paso del tiempo halla estimulado y conseguido la firme decisión de superarlas. Sin embargo, la realidad es otra distinta. No se escucha la voz de las academias, de los colegios profesionales, de los centros de educación superior, de las cámaras de la producción, de las organizaciones barriales, en fin, sugiriendo correcciones al rumbo, planteando soluciones a la amplia gama de problemas, y también, reclamándoselo a quienes se les ha delegado la capacidad de resolverlos.

Callar frente a los errores de un gobierno que vive de la explotación de los recursos naturales de todos y de los impuestos, es una detestable complicidad a erradicar.