Nanopolíticos a cargo

A nadie con sentido de Estado y con sentido común se le ocurre aprovechar un atentado con víctimas civiles para atacar más al Gobierno. Por decencia, y también para no trasladar el mensaje al ciudadano de que su dolor vale menos que su reputación’.

En momentos difíciles es cuando se pone a examen la talla de la clase política. Un atentado con muerte de civiles y terror en una ciudad es un evento que solo admite una primera reacción: la solidaridad y el apoyo. No hay país en el mundo exento de ser víctima de un ataque, más allá de si su política en materia de seguridad es más o menos estricta. Lo que tampoco hay fuera de las fronteras es tal insensibilidad que dé lugar a pronunciamientos de queja y reproche -con fines o no electorales- contra la autoridad.

Eso no significa que las malas decisiones o inacciones de un gobierno no puedan ser cuestionadas, criticadas y tachadas en cualquier término, pero no con los muertos calientes.

Por dos razones: la primera, por sentido común y de sentido de Estado. Por decencia como ser humano. La segunda, porque siendo parte de lo que los ciudadanos perciben como autoridad, el mensaje que cala a la población es la absoluta indefensión. Si los que tienen que pelear contra el mal, aprovechan los ataques con víctimas civiles para pelearse, no hay nadie pensando en la población vulnerable.

Y eso, que es un síntoma de la nula talla política, está también detrás de la incapacidad de los altos cargos de encajar las críticas a su gestión y de su afán de tomarse todo como una lid personal.