Editorial | El aeropuerto de la discordia política
La prioridad no puede seguir siendo el beneficio de la parentela y amigos cercanos al poder
Ni el Gobierno central ni el alcalde de Guayaquil parecen comprender que su deber primordial es trabajar por el bienestar de los ciudadanos. En lugar de ello, han convertido la confrontación política en su bandera, como si el interés común fuese un estorbo y no la razón de ser de su mandato. La disputa sobre la construcción de un nuevo aeropuerto es el ejemplo más claro: no son cálculos técnicos ni estudios serios los que orientan el debate, sino intereses políticos y, peor aún, económicos.
Antes de hablar de megaproyectos habría que responder si en verdad existe la necesidad de una inversión de tal magnitud en una ciudad que hoy ni siquiera cuenta con una conectividad aérea adecuada. Basta mirar la dificultad y el costo de un simple vuelo a Quito para entender que el problema no es dónde levantar un aeropuerto, sino cómo devolverle a Guayaquil y al país la posibilidad real de conectarse. Perder energías en esta pugna solo abona al fracaso de las ciudades. La prioridad no puede seguir siendo el beneficio de la parentela y amigos cercanos al poder. El presidente de la República y el alcalde de Guayaquil olvidan que no administran empresas privadas, sino los destinos de los ecuatorianos. Sus malas decisiones dañan, restan oportunidades e hipotecan el futuro de una sociedad que merece dirigentes a la altura de sus necesidades, no de intereses particulares.