Ahora ya sin disimulo

Guayaquil ya no aparenta siquiera seguir el orden. A la opacidad ya conocida, se suma el descaro de obviar que las decisiones que afectan a todos deben pasar por un concejo, aunque este sea virtualmente inservible’

Ni son transparentes ni siquiera simulan serlo. Años de investigación periodística, en general en Ecuador, dan para saber que no hay un ente que no esconda algo. A veces, lo esconden bajo mil llaves. A veces, a plena vista. Con una pantalla de transparencia que solo cumple con el trámite de publicar documentos o información pero que deja en la opacidad lo medular de la gestión.

Cuando se trata del Municipio de Guayaquil, ya no hay ni disimulo. La ciudad se maneja como una hacienda particular donde una cabeza decide, ordena, dispone, usa y disfruta de lo existente, ya sean entes, funcionarios o recursos públicos, para sus intereses propios pero no rinde cuentas. Hasta las sesiones del Concejo se han convertido en un paripé. Se celebran, en teoría, por Zoom. Pese a que se ha resuelto volver al menos parcialmente a la modalidad presencial en todos los lados. Pero no es el problema la virtualidad en el sentido literal, sino la virtualidad de las dizque decisiones que se toman ahí. Nada garantiza que las decisiones de la Alta Autoridad Municipal pasen por el Concejo antes de aprobarse y mucho menos, nada garantiza que haya alguna voz discordante en ese espacio que se supone está pensado para debatir y rebatir las propuestas que son perjudiciales para todos, aunque puedan beneficiar a unos pocos.