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Prioridades al revés

Avatar del Rubén Montoya

"...los combatientes de la salud deberían ser recibidos en Carondelet con banda de música, y no reprimidos con palos y violencia..."

Es deber fundamental del Estado promover el bien común, lo cual implica crear unas condiciones mínimas de realización de sus integrantes. Pero también implica establecer unas preferencias en la atención de las demandas sociales. Ese orden es una potente señal que da el Estado a todos, para saber qué es lo que más le importa y hacia dónde debe destinar sus mejores esfuerzos. En Ecuador hay algunas prioridades que andan por las patas de los caballos. Por ejemplo, los servicios de salud, cada vez más deteriorados y sujetos en buena medida, como sabemos, al imperio del hampa que se los repartió a dentelladas.

Como parte de este abandono, el Estado se ha ensañado con los posgradistas, es decir, los médicos recientemente graduados que prestan sus servicios en la Red Pública de Salud y tienen contratos de prestación con el Ministerio del ramo. Esa tropa de 3.500 profesionales fue parte del principal músculo sanitario que enfrentó la pandemia en primera línea. Y lo sigue haciendo a pesar de las condiciones exiguas en que ejecutan sus labores: ausencia de insumos adecuados, deficientes protocolos de bioseguridad, falta de una red de asistencia.

Y como si eso no bastara, cuando deciden reclamar por el pago de sus haberes, legítimos aunque exiguos, la Policía Nacional los reprime. Las manifestaciones de antier en Quito, Guayaquil y Cuenca fueron, sí, indignadas. Cómo no serlo, si los combatientes de la salud deberían ser recibidos en Carondelet con banda de música y no con palos y violencia. El acuerdo logrado, solo después del reclamo, es extemporáneo y veremos si se cumple.

Ese tema, sin embargo, no es el que más debe preocuparnos; a fin de cuentas, este Gobierno no tiene norte ni decencia: como cuando pagó anticipadamente créditos a Goldman Sachs y Credit Suisse por 1.000 millones de dólares en plena luz roja de la pandemia. Allí sí hubo dinero. Lo más reprochable es nuestro silencio, pues no alzamos la voz para gritar con esos jóvenes profesionales que fueron, y siguen siendo, nuestra mejor cara en la catástrofe. No solo el Gobierno es insensible, sino nosotros; tenemos las prioridades al revés.