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La palabra que inspira

Avatar del Rubén Montoya

Ojalá el presidente Lasso sea un estadista que respete las reglas del juego y no sueñe con quedarse ni un día más de aquellos para los que fue elegido...’.

Quizá el lenguaje más potente de todos los que conoce el ser humano sea el de las palabras. Con ellas nos conocemos y comunicamos. Con ellas entablamos relaciones que nos identifican, potencian y mejoran. Muchos creen, incluso, que las palabras tienen cierta magia: hay algunas que sacuden y convencen.

Pero ese poder es efímero y hasta nefasto cuando no las acompaña su complemento y salvavidas: el hecho. La palabra solo sirve si lo que sugiere, dice o promete tiene correspondencia en la realidad. De lo contrario pervierte su finalidad y se vacía de contenido.

Pienso en la palabra del presidente Guillermo Lasso el día de su posesión. Él parece estar claro en que es un privilegiado: toma las riendas de un país deshilachado por la confrontación y temeroso por las secuelas de la peor catástrofe de su historia. Ante un panorama así, los grandes líderes se motivan: es bueno tener por delante un inmenso reto. El de Lasso lo es y, acorde con él, su discurso fue prolífico en promesas y evocaciones. Ofreció, por ejemplo, enterrar al caudillismo que tanto daño nos ha hecho. Ese culto al “iluminado que actúa y piensa por todos, que tiene todas las preguntas y también todas las respuestas”. Razón tiene de sobra.

El mejor modo de enterrarlo es ir a contracorriente de lo que el caudillismo tiene como bandera e íntimo deseo: perpetuarse en el poder. Los caudillos son mediocres sobrevalorados cuyos mejores atributos son una audacia mayúscula y una determinación de titanes. Narcisos que se creen imprescindibles. Mesías que se sueñan eternos. Tontos con vista al mar.

Ecuador no necesita uno más así. Ojalá el presidente honre su palabra y la vuelva cierta en los hechos; que no solo emocione, sino que eduque y construya. Ojalá sea un estadista que respete las reglas de juego y no sueñe con quedarse ni un día más de aquellos para los que fue elegido. Que no rompa la institucionalidad ni siquiera usando la triquiñuela de “consultar al pueblo”. Porque esa es la vieja estrategia que, para perpetuarse, usaron los caudillos que él ofrece enterrar: los que hicieron de la palabra humo, mentira. Y no escuela que inspira.