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El feminicidio que cometemos

Avatar del Rubén Montoya

"No es un tema personal la violencia: tiene connotaciones sociales. No lo es cuando en Ecuador ¡6 de cada 10 mujeres! sufre algún tipo de violencia en su vida..."

La estampa es idílica: ella hermosa, en apariencia radiante, oculta la tristeza sobre las capas de maquillaje. Porque ya sabe, o intuye. Él feliz, seguro, poderoso. La pareja ideal que se casa ante sus entusiasmados seres queridos. Pero tras la fachada de lujo y alegría, anida la tragedia que termina con ella asesinada a golpes. Una vez y otra vez y otra vez.

El presunto feminicidio de Lisbeth Baquerizo en Guayaquil conmueve. Pero no esconde una vieja hipocresía: toleramos, sin que se nos mueva un pelo, la violencia social del macho en todas sus formas. Es parte de nuestro paisaje. “Así somos”. Y tanto, que hasta se denuncia que unos padres, en nombre de un mal llamado amor, fueron cómplices de la barbarie. Ojalá que no.

No empieza un asesino a los golpes: comienza por la coacción, el insulto, o las pruebas que exige para que su control sea efectivo: no te vistas así, no sonrías mucho, no hagas esto, no llegues tarde, no trabajes tanto, eres mía. En el altar de ese sentir perverso se sacrifican derechos humanos: libertad, dignidad, privacidad, o la conquista de los sueños. ¿Ama quién coarta o exige renunciar a cualquiera de ellos? Ni de lejos.

No es un tema personal la violencia: tiene connotaciones sociales. No lo es cuando en Ecuador, sí, en esta “isla de paz”, ¡seis de cada diez mujeres! sufre algún tipo de ella en su vida. No cuando hay 150 feminicidios y 2.000 niñas violadas cada año. No cuando en la mayoría de casos el violador es un familiar íntimo.

La violencia contra la mujer es un crimen y debe ser declarado, ahora mismo, un asunto de salud pública y, por tanto, política de Estado. Dije ahora, no mañana. Dije pública, o sea de todos. No de los indolentes que nos mal gobiernan.

¿Dónde estamos nosotros, los amigos, hermanos, padres, hijos, vecinos de las víctimas? ¿Dónde metemos nuestras pulcras cabezas cuando vemos el indicio de la futura golpiza o de la postrera agresión? No alcanza con espantarnos al saber los detalles macabros de los asesinatos. Alcanzará, para empezar, cuando dejemos de ser cómplices cínicos y silenciosos de esta pandemia, más cruel y letal que el coronavirus.