¡Qué feliz estoy!

Avatar del Rubén Montoya

No es nuestra culpa, a mí ni me miren. La depresión me duró dos días y gracias a todos los que he nombrado no creo que me vuelva a dar.

La semana pasada me deprimí, pero las noticias de estos días son tan buenas para mi negocio de ataúdes que me ha vuelto la fe. Como dijo Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y de la primera no estoy seguro”.

La noticia que me afectó vino de Chile: en solo 20 días, ha logrado inmunizar contra la pandemia a casi tres millones de los suyos. A ese ritmo, según el gigante financiero JP Morgan, será el primero de los países emergentes en lograr la inmunidad este año.

Si algo así se planease en Ecuador, liquidaría la bonanza de mis intereses: el 2020 fue un año espectacular. Y a mí no me echen la culpa. Menos mal que aquí vamos como lo esperado: el Gobierno anuncia algo y nunca cumple. Ha vacunado a solo 6.000 mil, y ni para todos ellos hay segunda dosis; nadie sabe cuándo vienen más vacunas; la campaña es tan lenta que se necesitaría tres lustros para que la mitad de la población esté inoculada. Ufff.

Esta semana me volvió el alma al cuerpo: el Carnaval fue un despelote, más que nada en las playas: solo en Montañita, ese paraíso del desmadre y el todo hueco es trinchera, 3.000 personas se trenzaron en un cuerpo a cuerpo que es una bomba de tiempo. En Salinas fue parecido. Sus autoridades son, sin duda, nuestros aliados. Como todos los que no se cuidan, pero se quejan de que los hospitales no dan abasto y no hay médicos suficientes.

Luego del corre-corre de las elecciones, con 10 millones de individuos en las calles, el carnaval nos garantiza una legión de posibles portadores. Son jóvenes, y si enferman muchos serán asintomáticos, pero podrán contagiar a sus jefes, padres, abuelos. Einstein querido: ¡cuánta razón tenías!

Y mientras en Chile hay un ministro eficiente, acá el de Salud juega para nosotros: no tiene idea de nada, salvo vacunar primero a sus familiares. ¡Un capo! En los próximos días lo oiremos. O tal vez no: desde que decidieron esconder los más de 50 mil muertos que nadie registra, nuestro negocio está en auge. No es nuestra culpa, a mí ni me miren. La depresión me duró dos días y gracias a todos los que he nombrado no creo que me vuelva a dar.