Columnas

Cantar como lo hacía mi abuela

"¿Cuántos padres y abuelos, madres y abuelas se nos han ido sin que podamos despedirlos como el sentimiento manda?..."

Mi abuela Audelia era un personaje. Menuda y pequeña, no pasaba inadvertida porque andaba armada de ocurrencias y sonrisas. Si hubiera nacido hombre habría sido un maestro en amorfinos. Pero siendo mujer no podía seducir caballeros porque en esa época la habrían colgado: entonces lo suyo era decir las cosas con frases populares. “Al que madruga, Dios ayuda, Dubito”, me susurraba cuando yo me levantaba como zombi, seducido por el olor de la esencia de café recién filtrado, y ella me esperaba con un plato de pintón asado y queso tierno que sabían a gloria. No eran las 5 de la mañana y ya empezaba a preparar un arsenal de delicias que nunca más disfruté.

Extraño más a mi abuela en estos días tristes. Yo, que fui tan ingrato con su profuso amor. Ella cantaba al cocinar, al lavar, al planchar, al conversar, al levantarse, al dormitar en la hamaca, al dar de comer a las gallinas de su patio chiquito en el recinto Salampe, cantón Urdaneta, provincia de Los Ríos, que a mí me parecía una hacienda más bella que La Ponderosa… Ella cantaba por lo que sea, porque cantar era su modo de agradecer.

La extraño más ahora, cuando muchos adultos mayores han sido tratados como si fuesen un desecho o un estorbo. ¿Cuántos padres y abuelos, madres y abuelas han partido en estos días de fuego y agonía? ¿Cuántos miles se nos han ido sin que podamos despedirlos como el sentimiento manda? Como si no fueran lo que aun muertos siguen siendo: los brazos que nos contuvieron, el corazón que nos dio aliento, el vientre que nos cobijó.

Y cuántos miles más transitan sus días sabiéndose más vulnerables que nunca, quizá más olvidados, quizá más solos. Como si no fueran lo que son: nuestro más vital eslabón.

Les propongo no olvidarlos y privilegiar su bienestar porque ellos son nuestra mejor parte, esa mezcla de sabiduría y coraje a la que tal vez nunca lleguemos. Les propongo celebrar por los que siguen en pie y nos recuerdan que más que las metas hay que amar el camino.

Les propongo en su nombre cantar. Cantar. Por los que se fueron y por los que están. Porque ese es un buen modo de agradecer. Tal como lo hacía mi abuela.