La autenticidad, ese detalle

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En suma y resumiendo: es el aviso de si podremos creerle al ciento por ciento. O ni siquiera la mitad.

Las redes sociales difunden y critican ácidamente la ‘estrategia’ de Guillermo Lasso de presentarse vía Tik Tok como si fuera una estrella del rock, colorida y juvenil, modernizada. Sus asesores han decretado que así logrará cercanía con la inmensa franja de ‘millennials’ que respaldaron, en las pasadas elecciones, a candidatos que mejor los representaban: Yaku Pérez y Xavier Hervas. Se equivocan.

Lúcidos analistas, como José Hernández, hacen una aguda lectura política sobre el valor de romper paradigmas y correr el riesgo de las críticas, para mostrar un talante de apertura, propio de los que ceden como un gesto de generosidad y no de cálculo político. Los respeto.

Sin embargo, en Lasso no parece ser ese el motivo, porque en el camino deja una alforja que vale oro en un candidato: la autenticidad. Si lo hubiera hecho para la primera vuelta y acompañado de un mensaje que explique sus ofertas, sería más creíble. Pero más parece un acto desesperado por seducir votos, porque su puesta en escena se queda en los detalles superfluos: Lasso no tiene un mensaje, solo tiene unos zapatos rojos.

‘Authenticus’, del que se deriva autenticidad, significa original: que responde a sí mismo. O sea: que respeta su esencia. ¿Es la esencia del banquero honrado la que vemos? ¿Es la del padre ejemplar y amante esposo? ¿Es la del emprendedor que defiende los modos limpios de generar riqueza? No parece.

Allí solo hay un ejercicio fallido de imitar a Michael Jackson. Si eso lo hiciera Mick Jagger no solo que lo entenderíamos, sino que aplaudiríamos, porque esa momia viviente del rock siempre fue así. Y así morirá, lo cual es un decir, pues los monstruos sagrados nunca mueren. Y no lo harán porque responden a su esencia, a su ADN más vital. Les creemos, perdonamos, admiramos o puteamos. Y no se nos ocurriría criticar una imagen que siempre respetaron. Son así, siempre lo serán.

La autenticidad no es un detalle, y menos para un político. Es un modo de decirnos qué tanto se respeta a sí mismo y cómo será cuando gobierne. En suma y resumiendo: es el aviso de si podremos creerle al ciento por ciento. O ni siquiera la mitad.