El año tóxico

Volveremos pronto al estado de excepción, que en Ecuador ha sido una regla. Como si eso solucionara lo de fondo. ¡Qué pereza...!
No hay cosa peor que engañarse a uno mismo: es veneno puro. Unos se tapan los ojos por instinto, otros niegan por comodidad o miedo las evidencias, y hay quienes se refugian en la fe en un Dios al que solo honran en estampitas. No, no siempre lo mejor está por venir. Muy seguido es todo lo contrario.
Ecuador cierra un año de espanto en su lucha contra el crimen organizado y sus tentáculos de ciencia ficción: producción y venta de droga, redes de chulco, legiones de sicariato, vacunas extorsivas, lavado de dinero en escala mayor… Y todo esto apadrinado por un sistema de justicia amordazado por la amenaza y la corrupción, y por una clase política que o está en su lista de comprados o se hace la desentendida.
Pocos medios y periodistas han registrado las cifras y los biorritmos del negocio criminal más lucrativo y devastador del planeta. La decisión del Gobierno de enfrentarlo es meritoria, pero su percepción de la gravedad del problema lo condenará al fracaso: cree que el panorama delictivo se da por una lucha territorial entre dos bandas… A eso lo reduce. No se puede estar más perdido.
Aún no tenemos evidencias de que la lucha del Estado contra el narco vaya dando frutos sistémicos. Y si hoy no existe en varias provincias toque de queda es porque los festejos de diciembre obligaban una tregua: incluso los narcos visitan los centros comerciales para hacerle regalitos a los suyos y festejan el 31 hasta las tantas. Algunos, en sus ciudadelas amuralladas, donde se dan la mano con empresarios deshonestos y políticos serviles. Negocios son negocios.
Volveremos pronto al estado de excepción, que en Ecuador ha sido una regla (a estas alturas, van 15 estados de emergencia decretados en 19 meses de gobierno). Como si ellos solucionaran lo de fondo. ¡Qué pereza…!
Y volveremos a lo que es, en realidad, la peor noticia de todas: a la normalización de la barbarie. A que pensemos que es así y que debemos acomodarnos a verla como parte del paisaje. Es esa la tragedia mayor: cuando la ciudadanía, o por lo menos muchos de sus integrantes, se vendan los ojos, se tapan los oídos y la nariz. Se silencian, se acomodan. Toxicidad pura. Veneno que nos pasará factura.