Columnas

Al fin se fueron; ahora, a reelegirlos

El país que celebró la disolución de la Asamblea por la pésima calidad de los legisladores se prepara para reelegirlos sin beneficio de inventario

Impagables semanas de tranquilidad emocional le procuró al país el decreto de muerte cruzada. Sin un Virgilio Saquicela dedicado a conciliar, con fidelidad perruna, los distintos intereses golpistas del espectro político; sin una Viviana Veloz destilando arrogancia a la hora de humillar al funcionario gubernamental de turno, por insignificante que este sea; sin una Mireya Pazmiño disparando vidriosos destellos de locura de sus ojos de Condorito mientras lee con torpeza textos que no entiende; sin un Esteban Torres adornándose con improbables analogías de la República Romana tomadas de la novela de moda de Santiago Posteguillo para inventarse un delito que no existe en el Código Penal… En fin, sin esa cuerda de conspiradores, arribistas y analfabetos que conformaban la peor legislatura ecuatoriana de todos los tiempos (y la peor evaluada: apenas un 4 por ciento de aceptación según las encuestas más optimistas), la vida pública de la nación discurre sin mayores arrebatos que los propiciados por los funcionarios títeres del delincuente prófugo: Wilman Terán y Alembert Vera. Hasta el número de muertes violentas en las calles parece haber descendido. Sin embargo…...

Sin embargo el país ya se prepara para reelegirlos a todos o a casi todos. Mejor dicho: no se prepara y, por eso, lo más seguro es que lo hará. El correísmo ya ha anunciado que, salvo al pandillero de la narcopiscina, postulará a todos sus angelitos, entre los que figuran varios de analfabetismo comprobado. También van por ese camino los socialcristianos, acaso conmovidos por el desgarrador espectáculo que ofrece un Luis Almeida que ha empezado a comerse la camisa o quizás, simplemente, obligados a ello porque no tienen otros cuadros. Lo mismo hará el bloque de Gobierno, en un más que tardío intento por convertir a ese chiringuito de marca CREO en algo más que una empresa electoral para llevar a Carondelet a Guillermo Lasso. Demuestran así todos los partidos que la sanción popular les vale tres atados. Que el rechazo del 96 por ciento de la población es un dato menor en nuestro sistema democrático. Que se puede tener los niveles de aceptación por los suelos y, sin embargo, seguir ganando escaños en el parlamento. Salvo que ocurra algo espectacularmente inusual, así será.

Y lo seguirá siendo mientras el voto sea obligatorio en este país. Ese bajísimo 4 por ciento de aprobación que alcanzó la Asamblea Nacional recoge, en efecto, una vaga sensación de frustración con la política, común a todos los ecuatorianos, pero no se traduce necesariamente en un rechazo específico a tal o cual político, a tal o cual asambleísta con nombre y apellido, por la simple razón de que la inmensa mayoría de los votantes ni siquiera es capaz de identificarlos. Los ciudadanos interesados en la política, que tratan de mantenerse al tanto de los temas de coyuntura y del debate público con el fin de ejercer un voto informado, son una abrumadora minoría que el Twitter magnifica. Su criterio difícilmente tendrá relevancia estadística. Así que el país de verdad volverá a votar por los mismos asambleístas que todo el mundo quería echar fuera, nomás porque es obligatorio y porque por alguien hay que votar. Es una trampa y nadie moverá un dedo para quitarla del camino. Se dice que si el voto fuera optativo la concurrencia a las urnas sería tan baja que las nuevas autoridades perderían legitimidad. ¿Acaso la tuvo el conspirador a sueldo Virgilio Saquicela? ¿O Ronny Aleaga, el pandillero de la narcopiscina? ¿O el acusado de violación Peter Calo? ¿Qué clase de legitimidad es esa y para qué sirve?