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El mundo según Gangotena

Avatar del Roberto Aguilar

"Un académico que apela a la descalificación grosera con incómoda frecuencia. Dice “tarados” como si, con solo decirlo, estuviera probando un punto"

Santiago Gangotena es un caso del que se debería dejar fuera a la universidad que fundó: la San Francisco de Quito. Haber contribuido a levantar el mejor centro de educación superior del país es su mérito indiscutible. Los internautas que, tras la entrevista que le hizo Carlos Vera, reaccionaron a sus declaraciones con anatemas contra la USFQ, simplemente, equivocaron el debate.

Gangotena es el ejemplo más extremo de cómo un decenio de abusos del socialismo del siglo XXI liberó los fantasmas de una reacción conservadora propia del XIX. Diez años de garantismo mal entendido terminaron por desprestigiar el concepto de derechos. Diez años de atropellos a la libertad dejaron en desuso la idea de igualdad (incluso de oportunidades) y satanizaron las políticas de redistribución que le son afines. Diez años de hipertrofia estatal despertaron una profunda desconfianza hacia lo público. De modo que la reacción anda en el aire y Santiago Gangotena la toma, la condensa, la destila y escupe su esencia pura. Oírlo hablar es devolverse al capitalismo de los inicios de la revolución industrial.

Él dice lo que nadie se atreve a decir. Si la tendencia es desconfiar de lo público, él asegura que el Estado solo sirve “para robarnos”. Si está de moda negar la existencia de los derechos de tercera generación, él calcula que derechos nomás hay uno: la vida. Y dice que, para votar (que sería otro), se debería tener una renta mínima. Tal cual. Como en la Constitución de 1830. O sea que los derechos no existen pero se compran. La educación no es un derecho para este educador porque si lo fuera, así razona, no habría que pagar por él; no hay motivo, pues, para que sus impuestos (que él cree que no debería tributar) se usen para financiar la escuela de los más pobres: “Ándate a un pueblito ahí por los arrabales de Guayaquil o los páramos de la Sierra -dice- y mira a ese niño. ¿Ese niño tiene derecho a la educación? Entonces dale. ¿Quién le va a dar? ¿Con mi plata tengo que darle a él?”.

Así, pues, ¿Gangotena es el ideólogo de la reacción? Imposible. Por una simple razón: él no desarrolla pensamiento alguno. Extremadamente desarticulado al hablar, deficiente para juntar una idea con otra (cosa que demasiado a menudo no consigue), teje su discurso con obviedades dichas para escandalizar, tópicos libertarios fuera de cualquier estructura lógica y contradicciones flagrantes que pasa por alto. Apela a la descalificación grosera (estúpidos, imbéciles, tarados) con incómoda frecuencia. Dice “tarados” como si con decirlo estuviera probando un punto. Cuando Carlos Vera le pregunta sobre su propuesta de no pagar impuesto a la renta, responde: “El impuesto a la renta y todos los impuestos creados con las famosas, eeeh… qué sería… hay estudios jurídicos dedicados a esto. ¿Cómo evitar que el gobierno nos robe? Entonces tenemos que liberarnos también de toda esta mafia que existe en los gobiernos”. Así habla. Casi todo el tiempo. ¿Es la manera de expresarse de un rector universitario? El hecho de que ninguno de los cientos de comentarios que suscitó en las redes reparara en este aspecto, de lejos el más visible de la entrevista, quizá tiene que ver con el bajo nivel del debate público ecuatoriano.

Gangotena es eso: la expresión de esa élite profundamente reaccionaria e insolidaria que no se molesta por elaborar su pensamiento pero se da el lujo de exhibir una descomunal superioridad intelectual porque igual nadie lo nota. El país de esa élite está de vuelta y nos asegura muchos octubres, muchos Leonidas Izas y muchos éxitos correístas en el futuro inmediato.