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Arauz hace vino de plátano

Avatar del Roberto Aguilar

"No vamos a cumplir este acuerdo con el FMI -tuiteó el candidato correísta Andrés Arauz esta semana-, tendremos un plan de soberanía económica nacional"

Rafael Correa pasó los últimos años de su gobierno lamentándose porque la dolarización no le permitía devaluar a gusto, como él hubiera querido. Se moría de ganas de hacerlo: devaluar e imprimir billetes, devaluar e imprimir billetes... Eso es lo que él y los suyos entienden por soberanía: tener una moneda propia para destrozarla. No hubo cómo: el costo político era inmenso.

Ahora su capricho es poner en la Presidencia a su llaverito, Andrés Arauz, para hacer a través de él todo aquello a lo que no se atrevió ni se atrevería si tuviera que dar la cara. Porque Correa, dicho entre paréntesis, es un cobarde. Si no lo fuera estaría aquí, afrontando sus responsabilidades. Dar la cara no es lo suyo y tampoco lo necesita: el llaverito está perfectamente dispuesto a hacerlo por él.

Formado a su imagen y semejanza, funcionario de su gobierno desde los 22 años, Arauz se lo debe todo. Y como no conoce otro mundo que aquel que su mentor le ha enseñado (el suyo es uno de aquellos no tan raros casos en los que viajar no sirve para nada), ha terminado por convertirse, a los 35, en un ser tan terrorista como obsecuente. La palabra “soberanía” le gotea por cada colmillo.

Oh, soberanía, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Recuerdo un ministro de Cultura del correísmo, no particularmente versado en cuestiones musicales, que decidió despedir de la noche a la mañana al director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, el suizo Emmanuel Siffert. Alumno de conducción de Carlo Maria Giulini (nombre que al ministro en cuestión no le decía nada pero que los entendidos reconocerán de inmediato como uno de los grandes directores del siglo XX), Siffert había cumplido un estupendo trabajo. Bajo su batuta, la Sinfónica Nacional estaba sonando como nunca. Un día, en un almuerzo, encontré al ministro, que era un viejo conocido, y le pregunté por qué diantres había hecho eso. “Era una cuestión de soberanía”, me respondió. Lo cual no constituía un crimen pero vaya si no era una estupidez.

El llaverito Arauz quiere aplicar la misma fórmula a la economía nacional. Cada declaración suya, cada entrevista, cada tuit, es una advertencia. Para echarse a temblar. “Nosotros no vamos a cumplir este acuerdo con el Fondo Monetario Internacional -tuiteó esta semana- porque afecta a las familias ecuatorianas, vamos a defender el patrimonio público para salir de la crisis. No nos vamos a someter a caprichos de unos banqueros, tendremos un plan con soberanía económica nacional”. Es resumen: el candidato correísta quiere deshacer el único avance económico que medio nos permite levantar cabeza del desastre en el que nos dejó su gobierno. Y quiere hacerlo en nombre de la soberanía. A una buena orquesta, prefiere una orquesta soberana, aunque suene como el orto.

Hay una frase muy romántica de José Martí que justifica esta forma de pensar: “El vino -escribió el patriota cubano-, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!”. Hombre sensato y razonable, se comería sus palabras si viera cómo hoy en día sirven, en su sufrido país, para justificar cualquier desastre perpetrado por mano propia: la cerveza cubana es agua pura pero es nuestra; el sistema de salud está en crisis pero es nuestro; el peso no vale nada pero es nuestro… Eso quiere el llaverito. Se equivoca: si la soberanía fuera un valor intrínseco de la economía, Venezuela estaría en una situación mucho mejor que la nuestra. El vino, de uva, por favor. Y en una orquesta sinfónica, la soberanía la ejerce el director.