Roberto Aguilar | El nuevo zar de los medios

Este gobierno compra medios para sumarlos a su aparato de desinformación; los presiona cuando no los puede comprar
Si el correísmo montó un Estado de propaganda, ¿qué se puede decir sobre el manejo de la información de Daniel Noboa? Una ley represiva, una institucionalidad montada para censurar y castigar y un aparato de propaganda vociferante eran la base de la comunicación correísta. Una política de silencio, una estrategia de desinformación y una agresiva relación de cooptación o acoso a los medios son los tres puntales de la comunicación noboísta. Dos fórmulas distintas para un propósito idéntico: la imposición de un relato único con exclusión de toda disidencia. Es increíble lo que está ocurriendo en el ecosistema periodístico nacional sin que el país quiera verlo.
Sobre la política de silencio se ha hablado mucho en estos días. Este Diario produjo un video que recogía las principales preguntas que el gobierno se obstina en no responder: cómo se evaporó la deuda de más de 90 millones que el grupo Noboa mantenía con el SRI; cómo pudo un asambleísta que declara tener 900 dólares en el banco comprar dos medios de comunicación por 2,6 millones sin que la UAFE encienda las alarmas; quién financió las marchas contra la Corte Constitucional… Ahora la política del silencio tocó fondo con la denuncia sobre el Porsche de Industrial Molinera, que fue captado visitando la casa de un sospechoso de terrorismo. Algo ha dicho el más insólito de los personajes (Fernando Yávar, un abogado de Noboa con impresentable pasado correísta) en el menos recomendable de los espacios (la desprestigiada plataforma de producción de contenidos noboístas La Posta): no cambia el hecho fundamental de que la política de información del gobierno consiste en ocultarla.
En cuanto a la desinformación, no es menos nociva que la propaganda correísta. A las granjas de trolls de toda la vida se juntan los falsos medios que no son sino agencias de publicidad disfrazadas y que han inundado las redes sociales de noticias falsas favorables al gobierno. Por no hablar de las mentiras oficiales que, en el gabinete, tienen nombre y apellido. La desvergonzada Inés Manzano, por ejemplo, se presta para difundir las más cochambrosas falsedades: que el deslave que destruyó un fragmento de oleoducto fue un atentado; que los equipos comprados a Progen, esa chatarra inservible, eran nuevos; que los manifestantes que agredieron con piedras la caravana presidencial dispararon armas de fuego… No importa que la mentira se descubra al día siguiente, como ha ocurrido en cada caso: Manzano sigue mintiendo como si la amoralidad fuera el rasgo fundamental de su personaje político.
Por último, lo que nadie quiere ver: este no sólo es un gobierno que compra medios (ya lo hemos visto) para sumarlos a su aparato de desinformación o propaganda, sino que además los presiona, cuando no los puede comprar, para mantenerlos alineados (presiones que pueden incluir chantajes para eliminar de la nómina a periodistas críticos) o los acosa cuando las presiones no funcionan. ¿Cómo? Bueno, a este Diario le han montado una campaña sucia, con la participación de funcionarios sin escrúpulos como Michele Sensi-Contugi o José Julio Neira (secretarios de Inteligencia y de Integridad pero huérfanos de una cosa y la otra), que incluye la manipulación de documentos del SRI para montar un caso de fraude fiscal inexistente.
Así las cosas, ¿en qué se diferencia este gobierno de la pesadilla correísta?