Los océanos de blanca espuma

Que así sea, que así sea siempre, como siempre ha sido...

En la convención republicana que designó en agosto a Donald Trump como candidato presidencial, su hija Ivanka dijo una de las verdades más agudas e importantes que se han dicho en la política de ese país últimamente: “Washington no ha cambiado a Donald Trump, Donald Trump ha cambiado Washington”.

Lauren Collins, escritora de la revista The New Yorker, también dejó algo claro en su momento, cuando en el 2016 escribió que “si la promesa de Obama fue que él es tú... la promesa de Trump es que tú eres él”.

Y, es verdad, Trump no solo ha cambiado Washington, sino mucho más. Un presidente de EE. UU. que haya afirmado que puede dispararle a alguien en la mitad de la Quinta Avenida y que no perdería por ello ningún voto; y que, entre muchas otras cosas, se rehúsa a aceptar los resultados electorales luego de perder, ha hecho que ese país tan noble haya despertado en una nueva normalidad, una que ha inquietado al mundo entero y que hasta ahora era llanamente inconcebible.

Recuerdo que hace ya algún tiempo, cuando leí La democracia en América, de Alexis de Tocqueville, quedé maravillado e impactado por la profundidad de su análisis. Pero más por la profundidad y madurez de la gente común -y la extraordinaria- de ese país.

Pero si Trump es todo lo malo que dicen, ¿por qué tanta gente vota por él?, ¿por qué está lleno de partidarios que creen irreductiblemente en él y en su discurso mesiánico? Alguna vez leí algo que publicaron sus seguidores durante su campaña política en la primera elección, y era que si quieres eliminar a los mapaches que tienes en el sótano, lo que te importa del exterminador no es si es mentiroso, o cuántas veces ha estado casado, o si es un patán, o apestoso, o mal hablado, o narcisista... lo único que te importa es sacar a los malditos mapaches, y acabar con la peste. Y la subida del tono y el ataque, se convirtieron para el presidente en la mejor herramienta para no imbuirse de lo políticamente correcto y para que mucha gente se convenciera de que, porque es diferente, es buen exterminador.

No creo que los mapaches estén eliminados, creo más bien que EE. UU. está sumamente polarizado, lo que se ha vuelto tristemente evidente en estas épocas de redes sociales. Y me inquieta el riesgo del ‘Trump 2.0’: de ese que puede estar pensando: “vaya, vaya... resulta que sí se ha podido ser presidente siendo así, y que sí se ha podido ser así siendo presidente”.

James Bryce decía en ‘The American Commonwealth’, “un presidente intrépido, que sabe que tiene la aprobación de la mayoría de un país, puede sentirse tentado de pasar por encima de la ley y privar a la minoría de la protección que esa misma ley les garantiza. Puede ser un tirano, no contra las masas pero con las masas”.

Alexis de Tocqueville, por su parte, sostenía que no hay nada más maravilloso que el arte de ser libre, pero que no hay nada más difícil de aprender que la forma de usar esa libertad. ¡Ah!, y dijo también que la grandeza de los EE. UU. no descansa en ser una nación más iluminada que todas las otras, sino más bien, descansa en su habilidad para reparar sus faltas.

Que así sea, que así sea siempre, como siempre ha sido...

‘From the mountains, to the prairies;

To the oceans white with foam’.