Rogue trader

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La verdad siempre termina sabiéndose. Fue condenado a seis años y medio de prisión, cumpliendo su condena en Changi, Singapur. La justicia debe ser implacable.

Hace unos años leí el libro escrito por Nick Leeson, y por estos días me vino a la memoria. Se trata del agente de bolsa que en 1995 llevó a la quiebra al banco Barings, el más antiguo de Reino Unido.

En el libro describe cómo le fue posible destruir una institución con gran prestigio, y cómo se logró meter al bolsillo a muchas personas, manipuló los sistemas tecnológicos y estableció un mecanismo de reportes para ocultar información. Era listo, de palabra fluida y argumentos convincentes.

La historia empieza con el intento de convertirse en agente de bolsa en Inglaterra, pero la autoridad le negó la licencia debido a información falsa en su aplicación. Sorprendentemente, el banco Barings comete el error de enviarlo a Singapur, donde obtuvo la autorización para operar.

Durante los primeros años realizó muy buenos negocios para el banco, lo que tenía deleitados a sus jefes. En algún momento alguien de su equipo generó pérdidas en ciertas operaciones, y para disimularlas creó una cuenta ficticia, la célebre cuenta 88888. En esta cuenta escondía las pérdidas. Es decir, iba por un lado evidenciando y sosteniendo que ganaba dinero para el banco y para los clientes, y por otro lado iba acumulando pérdidas no reveladas. Las pérdidas ocultas llegaban a unos $ 250 millones para fines de 1994.

Para los bribones siempre hay circunstancias no previstas que terminan destapando la olla de grillos; en unos casos son problemas climáticos, en otros reestructuraciones de deuda; en el caso de Leeson fue un terremoto.

El 17 de enero de 1995 se produce el terremoto de Kobe en Japón. El mercado cayó y tuvo un devastador efecto sobre las inversiones especulativas que había tomado, con lo cual las pérdidas alcanzaron el equivalente a $1.000 millones, más del doble del capital del banco. Era tarde ya para sacar agua de la borda, el barco se hundía.

Leeson se declaró culpable de fraude, de engañar a la Bolsa, autoridades y auditores. La verdad siempre termina sabiéndose. Fue condenado a seis años y medio de prisión, cumpliendo su condena en Changi, Singapur. La justicia debe ser implacable.