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Quemar las naves

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En resumen, le toca al gobierno del encuentro quemar esas naves ideológicas enquistadas en el pueblo, para lograr el éxito deseado

La expresión ‘quemar las naves’ tiene su origen en el siglo tercero a. C., cuando Alejandro Magno, rey de Macedonia, al llegar a la costa fenicia observó que sus enemigos le triplicaban en número, y que sus hombres se veían derrotados antes de pisar el campo de batalla; por lo que luego de desembarcar ordenó quemar todas las naves de inmediato. Mientras su flota ardía congregó a sus hombres y les dijo: “Observad cómo se queman los barcos... Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por el mar. Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos”.

La mayoría de los ecuatorianos le hemos declarado la guerra a la corrupción y a la delincuencia internacional organizada que nos desborda; esto es, los diversos carteles de la droga, los narcosocialistas del siglo XXI y su modelo de corrupción corporativa y destrucción de la institucionalidad.

Muchos son los acólitos del socialismo del siglo XXI encubiertos bajo el rótulo de ‘organizaciones sociales’, aquellos que se quedaron anclados en los principios del paternalismo populista, aquellos que en sus discursos de tarima vociferan en favor de los derechos humanos, pero en la práctica los violan a cada instante; repudian a los ricos, pero se enriquecen con el dinero del pueblo.

El gobierno del presidente Lasso tiene dos imperativos categóricos: desmontar el andamiaje de la corrupción, pandémica en las instituciones estatales en los últimos 14 años; y la lucha contra la pobreza, la desnutrición y el desempleo; para lo cual requiere eliminar de la memoria política colectiva, aquellos dogmas del socialismo que condicionan y limitan a la población y la convierten reticente al cambio.

En resumen, le toca al gobierno del encuentro quemar esas naves ideológicas enquistadas en el pueblo, para lograr el éxito deseado.