El Gran Hermano Jaime Vargas

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'Vargas pretende ser el líder indígena que determina lo que es bueno y malo, el juez que denigra y juzga a su sola discreción y el policía que aplica su ley a sus gobernados’.

El género literario de ficción utópica es conocido como aquel que idealiza un mundo -ideal- perfecto, pero lamentablemente irreal. Su antónimo, la ficción distópica, es aquella que fantasea una supuesta felicidad, pero en realidad es un mundo de sufrimiento y opresión. La novela 1984 de George Orwell es ficción distópica; relata una tiranía totalitaria donde el pensamiento crítico ha sido erradicado en aras de un supuesto buen vivir determinado exclusivamente por el Estado. De esta novela nace el término “orwelliano”, que simboliza todas aquellas prácticas que representan conductas represivas y totalitarias.

En su novela 1984, Orwell personifica al Estado a través de un ente omnipresente y todopoderoso conocido como el Gran Hermano. El “Big Brother” era una entelequia, representada por una persona física que nadie conocía y que era el supuesto líder del partido único reinante. Esta suerte de “ojo que todo lo ve” aparece a lo largo de toda la novela, en telepantallas ubicadas en casas y calles, emitiendo una intensa e interminable propaganda estatal, infundiendo temor y respeto.

La propaganda vendía la distopía estatal, y como tal, acomodaba y distorsionaba la realidad a conveniencia del Estado. Al mismo tiempo, el Gran Hermano observaba y vigilaba a la sociedad con el objeto de garantizar un colectivismo atroz y de reprimir con severidad cualquier intento de individualismo.

Los lemas del Gran Hermano eran: Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud e Ignorancia es Fuerza.

La lógica detrás era simple; el conflicto hace que las personas se unan contra otro enemigo fabricado y no contra el Estado; el que no conoce la libertad no reniega de su esclavitud y el que desconoce su triste realidad no se revela ante la opresión.

El folclórico líder de la Conaie, Jaime Vargas, pareciera haberse erigido como el Gran Hermano de los indígenas. En una triste ficción distópica colectivista, Vargas pretende ser el líder indígena que determina lo que es bueno y malo, el juez que denigra y juzga a su sola discreción y el policía que aplica su ley a sus gobernados. Insiste en planes económicos históricamente fracasados y pretende exigir su implementación, con la amenaza de volver a convulsionar el país si estos son inobservados. Tal cual Gran Hermano, se autoproclama mandatario # 2; el Estado es él.

Con un liderazgo claramente orwelliano aplica la misma estrategia y lemas. La guerra contra un Estado de derecho para afianzar su poder, la amenaza de coerción para desconocer la ley que aplica al resto y el sostener a ultranza un supuesto colectivismo benefactor que perjudica al individuo. Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud e Ignorancia es Fuerza.

Al intuir que la ley sí se aplica en Guatemala y sin tener el respaldo de una turba, en una actitud mucho menos agresiva y folclórica que aquellas a las que nos tiene acostumbrados, Vargas declaraba: “No somos cualquier ciudadano ecuatoriano o migrante, somos autoridades; yo soy presidente del movimiento indígena del Ecuador. Allá decimos el segundo mandatario del país”. O, dicho de otra manera, si somos cualquier ciudadano ecuatoriano o migrante, somos eso, cualquier ecuatoriano o migrante.

¡Hasta la próxima!