Iván Baquerizo | La refundación eterna
Enmiendas, reformas parciales, leyes orgánicas, modernización administrativa. La solución no será jurídica, sino política
Juan Bautista Alberdi, uno de los liberales más influyentes del siglo XIX, fue el arquitecto intelectual de la Constitución argentina de 1853. Aquella carta magna limitó el poder y apostó por la libertad económica, llevando un país empobrecido a convertirse en pocas décadas en el quinto país más próspero del mundo. Para Alberdi, una Constitución no era un mamotreto que se borra y se reescribe según la moda de cada época, sino un marco claro, simple y estable que protege a la sociedad del poder y le permite progresar. Y así prosperó Argentina, hasta que la lacra del peronismo destruyera ese rumbo.
Ecuador debería aprender de esa lección. Cada vez que la tara estatista nos sume más en la pobreza, no encontramos mejor solución que invocar esa novelería llamada Asamblea Constituyente. Como si el variopinto espectro político ecuatoriano pudiera redactar una carta magna comparable a la que Alberdi inspiró hace 172 años. En cualquier caso, el soberano se terminaría expresando contundentemente por el NO este domingo pasado. Quizás el pueblo intuyera que todas las anteriores aventuras refundacionales terminaron siendo una farsa política.
Pero haber renunciado a la Constituyente no significa haber renunciado al cambio. Lo cierto es que nuestra Constitución vigente es una bazofia; larguísima, hipertrofiada en garantías y saturada de estatismo mesiánico. Una distopía digna de Orwell o Huxley que, si queremos progresar, deberá corregirse sin dinamitar el orden institucional.
Herramientas las hay; enmiendas, reformas parciales, leyes orgánicas, modernización administrativa. La solución no será jurídica, sino política.
Para conseguirlo se requerirá de un liderazgo hábil y convincente. El presidente Daniel Noboa, quien obviamente busca un cambio, difícilmente abandonará su intento por impulsar una agenda liberal dentro del limitado marco republicano.
El Congreso deberá ser el espacio natural para promover transformaciones que flexibilicen la economía, fortalezcan la justicia, limiten el poder y desmonten estructuras caducas que impidan el desarrollo.
Algunos desearán que al presidente le vaya mal, motivados por la mezquindad política o el cálculo electoral. Pero la mayoría de ecuatorianos, lejos de banderas partidistas, quiere prosperar y modernizar al país.
Vuelvo, aunque suene reiterativo, a Ortega y Gasset; el enemigo no está en la sociedad civil, sino en los líderes colectivistas que manipulan las mentes y paradigmas del hombre-masa, prometiendo protección a cambio de obediencia.
El Ecuador no puede permanecer atrapado en esa infantilización política, pues como diría Alberdi con una lucidez incomparable: “El que no cree en la libertad como fuente de riqueza, ni merece ser libre, ni sabe ser rico. La Constitución que se han dado los pueblos argentinos es un criadero de oro y plata. Cada libertad es una bocamina, cada garantía es un venero… Llevad con orgullo, argentinos, vuestra pobreza de un día; llevadla con esa satisfacción del minero que se para, andrajoso y altivo, sobre sus palacios de plata sepultados en la montaña, porque sabe que sus harapos de hoy serán reemplazados mañana por las telas de Cachemira y de Sedán”.
¡Hasta la próxima!