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“Justicia” por su propia mano

Avatar del Francisco Huerta

Y es que su comportamiento, que no puedo respetar ni admitir bajo ningún argumento, me resulta una detestable hipocresía

El presente es el último Cañón de futuro que escribo en el año por terminar.

Me hubiese gustado caer en el clásico pero siempre interesante análisis de las promesas de año nuevo. El tema es que ya nadie cree en ellas. Ni los lectores ni quien las hace. La gente sigue fumando, engordando, bebiendo más de la cuenta y manejando pasado de tragos. Otros deciden no vacunarse y se convierten en laboratorios vivientes de nuevas variantes del coronavirus. Al menos, a estos, habrá que educarlos para que no se constituyan en propagadores de la pandemia.

Parece preferible entonces, incidir, con el propósito de contribuir a superarlas, en las viejas lacras sociales que van y vienen.

Una de ellas, tremenda, dada la ninguna fe en la calidad de la administración de justicia que significa, es tomársela por mano propia. La gente está cansada de los reincidentes que delinquen y a poco, misteriosamente salen y vuelven a las cárceles como si se tratara de sus casas. Entendiendo esa situación, que nos avergüenza y nos ofende a todos, no se pueden justificar actos grotescos, inhumanos, que nos igualan con los peores delincuentes; no se puede capturar a los autores de un acto delictivo y luego golpearlos, en vez de entregarlos a las autoridades, proceder a empaparlos de gasolina y prenderles fuego y después mirar la siniestra hoguera como si se estuviese contemplando la quema de unos años viejos.

Un buen propósito para el año nuevo, y para el resto de la vida, sería recuperar lo humano de la condición humana, procurar separarnos, más cada día, de los aspectos animales de nuestra imperfecta calidad biológica que, sin embargo, tiene todavía capacidad de conmoverse frente a las angustias del prójimo, cualquiera sea la razón que las motive.

A veces no entiendo, como algunos pueden llamarse a sí mismos hijos de Dios, y con seguridad, hasta sentirse tales, y no guardar un poquito de misericordia en el trato con los otros, a los que deberían sentir tan hijos de Dios como ellos. Y es que su comportamiento, que no puedo respetar ni admitir bajo ningún argumento, me resulta una detestable hipocresía.