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Crónica de un autogolpe anunciado

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La institucionalidad y la Constitución se impusieron, el país volvió a su cause democrático...’.

Con mano temblorosa y actitud cantinflesca, símbolo de su insignificante gestión como presidente de todos los peruanos, el profesor cajamarquino de sombrero prominente e ideas insustanciales, incapaz de hablar con propiedad, menos de articular ideas coherentes, pronunció un discurso ante un país que lo escuchaba atónito, anunciando su decisión de violar impunemente la Constitución del país, de romper el orden constitucional y declararse dictador “temporalmente”.

Aquel miércoles 7 de diciembre pasará a la historia. Ante la inminente votación del Congreso de la República, que buscaba por tercera vez destituirlo del cargo mediante la figura de vacancia por incapacidad moral, el profesor decidió darle a sus enemigos los insumos necesarios para vacarlo.

Sin sustento jurídico que lo ampare y al margen de toda ley, el profesor anuncia de forma timorata su decisión presidencial de disolver temporalmente el Congreso de la República, colocándose al margen de la ley al declararse prácticamente un dictador, configurando con su acto, un golpe de Estado. Este acto burdo y atropellado, como todo en su gestión, configura su propia causal de destitución

A fin de materializar su cometido, instruye al comandante general de la Policía desalojar el Congreso mediante el uso de la fuerza, cerrarlo e impedir el acceso de los congresistas. Ordena además detener al fiscal de la Nación. Luego de esto, el profesor sale de la casa de Pizarro, se retira por la puerta de atrás y se dirige a la embajada de México, donde previamente habría pedido asilo.

Sus propios ministros no entendían qué había sucedido, la misma vicepresidente, Dina Boluarte, temía ser llevada presa; sus asesores y mentalizadores de su desastroso gobierno, Vladimir Cerrón a la cabeza, no entendían el suicidio político que acababa de cometer Castillo. Sus ministros empezaron a tomar distancia de los hechos, renunciaban a sus cargos en señal del rechazo a la decisión tomada, el caos se apoderaba de todas las esferas de la política peruana.

Entre tanto el Congreso disfrutaba su momento de gloria, el presidente había caído de forma incontestable, en causal de destitución al romper el orden democrático. Mediante votación abrumadoramente mayoritaria el Congreso aprueba vacarlo.

Las Fuerzas Armadas y la Policía anunciaron su compromiso irrevocable de cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República y ante la vacancia del presidente, la misma escolta presidencial que lo llevaba a la embajada de México desvía la caravana y lo detiene poniéndolo a manos de la justicia.

La institucionalidad y la Constitución se impusieron, el país volvió a su cause democrático designando a la vicepresidente como sucesora en la presidencia.

¿Podrá la flamante primera presidente mujer en la historia del Perú, fiel seguidora de Castillo y acérrima militante del mismo partido, Perú Libre, cuyo pensamiento político es una apología al terrorismo, recomponer el caos político, estabilizar la alicaída imagen de la presidencia?

La presidente deberá reconocer el carácter transitorio de su mandato y buscar las reformas políticas necesarias previo a la convocatoria de nuevas elecciones, a fin de evitar que se repita la historieta.