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Dialogando

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Parecen olvidar que el país pasa por problemas más graves: la narcodelincuencia y la violencia que se han tomado las calles, la crisis del sistema de salud, la corrupción, la crisis judicial

El Gobierno parece abocar todos sus esfuerzos al diálogo. Diálogo con la Asamblea que lo quiso sacar dos semanas atrás y con los indígenas que igualmente quisieron sacarlo dos meses atrás. Parecería una constante comparable con una relación paternofilial en la que el niño, al sentirse abandonado y excluido, busca llamar la atención de los padres mediante el llanto y el berrinche como mecanismo para llevar su frustración al acto, llegando incluso en su imaginario a la idea de “me voy de la casa” como medio para desterrarse del núcleo familiar a fin de desterrar al padre de su escena. Es de forma análoga como tanto la Asamblea como los indígenas han llevado al acto su frustración y falta de atención.

La respuesta que ha dado el Gobierno es el diálogo. Cual padre paciente que busca explicar al niño la imposibilidad de satisfacer todos sus caprichos, el Gobierno busca hacerles entender que no es posible satisfacer todas sus demandas, demandas que en muchos casos no son coherentes, que van más allá de sus atribuciones y competencias, que escapan al marco legal y que incluso pueden ser contrarias a los intereses del país. Estas demandas no se sostienen en la lógica de la economía y la política y en su gran mayoría solo encuentran eco en el campo del pensamiento mágico muy propio de los niños.

De la misma forma en la que el niño amenaza con un nuevo berrinche al no ver satisfecho su capricho, los indígenas siguen amenazando con retomar las medidas de hecho si no se logran los resultados que se adhieran a sus conveniencias. Insisten en que el diálogo está siendo utilizado como “mecanismo político para disuadir los procesos de lucha social”, en una clara señal de desconfianza hacia su interlocutor y hacia el mecanismo que se está utilizando para llevar a cabo el desarrollo de las mesas de diálogo. Buscan imponer sus demandas bajo la amenaza de abandonar las mesas y retomar las movilizaciones; no sería de extrañar que pretendan así dar inicio a su campana electoral.

Fungiendo como padre de padres - aquel abuelo que ostenta el semblante de sabiduría e imparcialidad - la Conferencia Episcopal viene mediando el proceso con gran acierto, exigiendo orden y respeto a ambas partes, comprometiéndolos a cumplir los acuerdos base, afianzando la confianza mutua y la corresponsabilidad en el proceso. Junto a ellos, los delegados de la ONU también han brindado su contingente y ambos coinciden en la necesidad de instalar un diálogo permanente. Ambos lograron calmar los ánimos de los izas, pachakutiks, conaies, feines y fenocines cuando estos amenazaban con retomarse las calles hace una semana.

Mientras tanto, Gobierno e indígenas parecen olvidarse de que hay una población afectada por la crisis económica y social, quienes son víctimas de las paralizaciones y son meros espectadores. Parecen olvidar que hay un sector productivo en crisis que demanda atención y que debería ser parte de esos diálogos. Parecen olvidar que el país pasa por problemas más graves: la narcodelincuencia y la violencia que se han tomado las calles, la crisis del sistema de salud, la corrupción, la crisis judicial. Resulta evidente que la fragilidad del diálogo da cuenta de la imposibilidad del Gobierno para atender las demandas ciudadanas y de su dificultad para hacer imperar la ley.