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La sorpresa de Guayaquil

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Ahora a otros les tocará medirse ante el legado monumental de los viejos y las aspiraciones frustradas de los jóvenes.

Treinta años en el poder hicieron del Partido Social Cristiano una institución guayaquileña. Su administración consolidó a símbolos como Juan Pueblo o la guayabera. Durante sus primeros períodos, la ciudad recuperó el orgullo y vio sus causas, como la autonomía, enarboladas como banderas de lucha.

El partido, fundado generaciones atrás en Quito, terminó haciendo lo mismo que tantos ecuatorianos y migró a Guayaquil para hacerla suya. Y se hizo de todos, formando una coalición que incluyó desde las dirigencias de los barrios suburbanos hasta el patriciado del Club de la Unión, algo imposible de imaginar en otras ciudades con diferencias parecidas, pero clivajes más prominentes.

Sin embargo, nada de esto pudo prevenir su derrota. Muchas cosas cambiaron en Guayaquil. Sería un error pensar que fueron cambios de golpe, producto de campañas o de errores recientes. Tampoco sería correcto pensar en que el tiempo debilitó al PSC, como si de un cuerpo se tratase, como si los partidos no pudiesen renovarse. Las campañas interactuaron con la sociedad viviente, los errores se acumularon y el cambio se encontró con la inercia.

Los cambios etarios fueron tal vez los principales. Jóvenes de una ciudad que se entiende servida con obras no vieron la transformación noventera, sino el relativo estancamiento de los últimos años, con la Metrovía sin expandirse y la Aerovía vacía, con agua potable que hay que hervir y áreas verdes de un verde muy gris.

Esto, sumado a la pandemia y las crisis, defraudó a una generación que demanda satisfacción según las expectativas creadas por los logros del propio PSC, a los que no conocieron como transformación sino como normalidad. Por otro lado, ellos vivieron bajo el auge correísta y pudieron hacer una comparación desfavorable a la hora de medir al PSC.

Irónicamente fueron esos jóvenes los que el partido buscó en los últimos años. A ellos los entretuvo, los distrajo hábilmente, con poses y cervezas, pero no los convenció. La comunicación no tuvo contenido, ni propuesta ni enemigo, y les quedó corta.

Ahora a otros les tocará medirse ante el legado monumental de los viejos y las aspiraciones frustradas de los jóvenes.