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La impotencia del consumidor

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Si no cambiamos este orden, el mandato soberano, el poder popular, se verá reducido para siempre a la impotencia del consumidor

Ya no hay ni hoces y martillos ni cruces de Lorena. Tampoco se ven las faces estilizadas de los precursores de los partidos, como la del Viejo Luchador de los liberales o la del joven profesor tempranamente fallecido. Los movimientos y partidos ya no creen ni en sus nombres, si es que significan algo.

Ahora prefieren los símbolos vaciados de todo sentido ideológico, escondiéndose detrás de colores y números mudos, centrados en los rostros pesados de caudillos vivos y peligrosos. Sus acrónimos son infantiles, reticentes a revelar algún compromiso o concepto, y sus siglas incluso llegan a imitar las iniciales del líder máximo.

Creer en algo, enfrentarse con las dificultades y las asperezas de la ideología, es demasiado para los políticos de hoy. A muchos no les alcanzan la mente y el espíritu, atrofiados por la sumisión y la corrupción. A los otros, los grandes jefes y sus capataces más pensantes, no les interesa invitar a las conversaciones y a los disensos que evocan los símbolos que contienen verdaderas ideas.

A los votantes, a los electores soberanos, solo nos queda escoger entre los políticos como si estuviésemos recorriendo los pasillos de un supermercado. Ir por la marca de toda la vida, tal vez la más vistosa, o quizá escoger algún producto aparentemente novedoso. Alguno que otro consumidor, curioso o prudente, se pondrá a leer el empaque. Pero nada más, porque ese es el rol que nos han asignado los emprendedores de la política y sus consultores.

Hay quienes se preguntarán qué tanto importa todo esto. Algunos hasta dirán que es bueno, que ya es hora de dejar atrás la ideología, enterrarla con la Guerra Fría y abrazar el mundo líquido y digital de las causas. Yo solo puedo discrepar.

Si seguimos así será imposible construir los bloques de una nueva estructura política para el Ecuador, esa que tanto reclamamos. No podemos exigirle un plan país, ni siquiera un programa de gobierno, a los que no muestran lo que creen y dicen no saber ni de derecha ni de izquierda, o que creen que la única derecha o izquierda está en su persona.

Si no cambiamos este orden, el mandato soberano, el poder popular, se verá reducido para siempre a la impotencia del consumidor.