Columnas

Estado de miedo

Tengo miedo porque las autoridades de turno están en coma, sin capacidad de reacción, sin soluciones ni a corto ni a largo plazo.

Siento miedo. Y no necesariamente por la inseguridad que vivimos, que parece acecharnos todos los días. Esta sensación de pavor no solo nos invade cuando salimos de casa, sino cuando hemos normalizado ese estilo de vida.

Tengo miedo, sobre todo, porque en Ecuador no hay garantías de que ninguna institución funcione. Tengo miedo porque los jueces sueltan a los delincuentes, porque los fiscales no preparan bien los casos, porque una psicóloga que denuncia un abuso sexual de un niño tiene más riesgo de estar presa durante años que un sicario que mata, o que un corrupto que roba dinero público.

Tengo miedo porque en este país se criminaliza a los abogados, pero se les concede acciones de protección a violadores, a asesinos y a narcotraficantes. Tengo miedo porque los delincuentes están más armados que la Policía y, a veces, operan en complicidad. Tengo miedo porque no existe justicia, o al menos, justicia sin intereses.

Tengo miedo porque las autoridades de turno están en coma, sin capacidad de reacción, sin soluciones ni a corto ni a largo plazo.

Tengo miedo porque siempre la culpa es de otro y nunca se asumen los errores. Tengo miedo porque la impunidad es el segundo nombre del Ecuador.

Tengo miedo porque tenemos 137 legisladores que nos dan la espalda todos los días, mientras buscan llenarse los bolsillos o tener cuotas de poder. Ellos, en cambio, parecen no tener miedo al ridículo ni al desprestigio.

Tengo miedo porque nada cambia, ni siquiera después de una pandemia. El país se paraliza, el crecimiento se estanca, el desempleo carcome la esperanza y la gente quiere irse.

Temo por la democracia y la vulneración de los derechos, pero también por la soberbia de quienes nos gobiernan. ¿Hasta cuándo hay que esperar para que miren adentro y rectifiquen?

Por último, me levanto todos los días con temor por mis hijos, por su seguridad. Ese es nuestro derecho, pero pasan los años y los planes y presupuestos no se concretan para garantizarlo. Lo único que tenemos es un Estado de miedo.