Premium

Asumir el fracaso

Avatar del Catrina Tala

No puedo estar tranquila con el porte de armas en una ciudad tan violenta como Guayaquil

Les hablo como mujer, ciudadana, mamá, empresaria. Como una persona que pocas veces deja de decir lo que piensa y siente, lo que me ha generado bastantes detractores.

No tengo dudas de que se están buscando soluciones para la inseguridad, la violencia y el terror que vivimos, pero también sé que en dos años no han encontrado ninguna.

Hace dos días, en una balacera en La Roca, la cárcel de máxima seguridad, murieron tres personas. Si el Gobierno es incapaz de controlar una cárcel con veinte personas encerradas, ¿cómo confiar en que controlará el porte de armas en la calle?

No me digan que la necesidad de requisitos evitará que “cualquiera” tenga la vida de todos en sus manos. Vivimos en Ecuador, donde los procesos no se cumplen y la corrupción pervierte y permea todos los filtros. Tenemos decenas de ejemplos, carnés de discapacidad, permisos de construcción, demoras para sacar una cédula y un pasaporte.

Entiendo que el presidente no es el primer mandatario que autoriza el porte de armas, me parece acertado que las empresas de seguridad puedan hacerlo, pero también es cierto que la policía necesita más recursos y mejor depuración. Estamos tratando de solucionar la enfermedad con curitas, cuando necesitamos un cambio de rumbo.

No puedo estar tranquila con el porte de armas en una ciudad tan violenta como Guayaquil, cuando la corrupción le abre la puerta a fuerzas paramilitares, extremistas y a machistas con acceso a armas de fuego. Como mujer estoy aterrada: el año pasado fue el más violento para nosotras, más de 400 mujeres fueron asesinadas.

Y claro que he pensado en que, al menos, estar armados nos dará una sensación de seguridad.

Pero la realidad es que no somos nosotros los que deberíamos encargarnos de nuestra seguridad como sociedad, sino el Estado.

¿Está usted dispuesto a ir a la cárcel o, como mínimo, a juicio por matar a quien sembró el país de inseguridad?

El Estado ha claudicado, ha aceptado su fracaso en esa misión, nos deja solos frente a un sistema que no funciona. Nos hará pagar la factura. Y nos pide confiar en que esa será la solución.