La 42 y El Oro

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Para administrar Guayaquil, Guayas… ¡el país!, hay que romper la burbuja, saber cuánto cuesta un litro de leche… aterrizar. También hay que hacerlo para hablar de lo que pasa en la localidad. 

Señor, usted qué va a saber dónde queda esta dirección, me respondió el canillita al que le compro el Diario cuando le pregunté que dónde vivía. De hecho, tengo una leve impresión de dónde queda La 42 y El Oro. Ni siquiera estamos hablando de una zona marginal, sino del mismísimo Guayaquil… aunque el de las periferias que colindan con el estero Salado.

Para que no se pierdan mucho quienes me leen desde otras geografías, pueden ver en el Maps la ubicación de la que hablo, en relación a las zonas conocidas de la urbe. Y para los que la ciudad es solo Urdesa, Ceibos o la calle Panamá y no tienen idea qué hay más allá: cruzando puentes desconocidos, habita el miedo… pero también el “peloteo” diario antes del anochecer. Se cierran las calles y la pelota es un remedio.

Creo que son muchas las personas que jamás tendrán una idea de qué hay por esos vericuetos, habiendo otros muchos más peligrosos. Ojo, no tiene nada de malo no conocer la parte fea, precaria y peligrosa (que es su mayoría, si ven el mapa), solo que cuando digan que “son más guayacos que el encebollado”, siempre recuerden que lo único que conocen es un pequeño perímetro urbano. Recuerden también que en su mayor grado la delincuencia local es el volcamiento de la mayoría olvidada de la periferia y la marginalidad, contra la minoría que se cree mayoría. Que el hurto y el robo son la hazaña del niño que creció sin oportunidad para saberse bueno en algo. Que Guayaquil es lo que es, por años de olvido institucional y que mandar a 300 policías para combatir el hampa es querer acabar con la esencia misma guayaca que es su mayoría marginal. Esta ciudad es sinónimo de peligrosidad, la misma que solo se va a acabar recortando brechas de desigualdad y haciendo un cambio estructural… aún lejos.

Para administrar Guayaquil, Guayas… ¡el país!, hay que romper la burbuja, saber cuánto cuesta un litro de leche… aterrizar. También hay que hacerlo para hablar de lo que pasa en la localidad. No basta con ver estadísticas en Google y comentarios de Twitter para generar criterios.

Y sobre lo más grave, la cotidianidad de los asesinatos, pregunto: ¿Cuánto creen que vale la vida para los que quitan vidas, cuando la vida de ellos, asesinos y sicarios, valía para la sociedad cuando fueron niños criados en la marginalidad?