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Abandonar la manada

Avatar del Carlos Andrés Vera

Quien abandona la manada tarde o temprano comprende que no estamos aquí para que seamos todos iguales, sino para convivir entre distintos.

Dos eventos recientes marcaron el tema de mi columna esta semana. El primero ocurrió en los páramos de Guamote, en la humilde casa de una familia indígena a la que entrevisté para un documental. En la salita de la casa que hace de comedor, sala de recepciones y cocina a la vez, un joven que no debe tener ni 30 años, me saluda con cariño. Enseguida me pregunta: “¿qué es de tu papá? ¿Dónde está tu papá?”. Le cuento que mi viejo vive en Guayaquil, que yo en Quito. Él continua, “me gusta lo que hace tu papá. Pero antes le odiaba. Le odiaba a tu papá”. Le miré a los ojos, con la curiosidad que ese tipo de sentencia me suele provocar. Sin necesidad de que yo le pregunte nada, él explicó: “Nos enseñaron a odiar. Correa nos enseñó a odiar”.

Unos días antes recibí una invitación para ser entrevistado en un programa que es conducido por Kike Vivanco, comunicador de nutrida trayectoria en programas de humor, irreverentes y de gran alcance popular. A Kike le conocía poco, pero había escuchado por ahí que era “correísta”. Cansado del clima político, consideré no aceptar la invitación. Finalmente me animé, dispuesto a que pasara lo que sea que tuviera que pasar. El programa fue ligero. No hubo mala leche ni de Kike ni de ninguno de sus compañeros. Por el contrario, sentí que estaba conversando con panas que conocía hace años. Fue en esa entrevista donde surgió la pregunta: ¿cómo podemos salir de esta polarización?

Respondí que para no caer en el juego del odio, los prejuicios y el conflicto permanente, tenemos que abandonar la manada. Los líderes negativos procuran seguidores obsecuentes, fanáticos ensimismados que repitan sus directrices al pie de la letra. Abandonar la manada no es fácil, implica cuestionarse todo, salir de la zona de confort y hacerse un camino a partir de convicciones propias. Es justamente en ese camino, donde surge nuestra humanidad, nuestra capacidad de tener empatía por los demás.

Quien abandona la manada tarde o temprano comprende que no estamos aquí para que seamos todos iguales, sino para convivir entre distintos.