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Responsabilidad compartida

Avatar del Abelardo García

La responsabilidad, el respeto y la consideración del otro, nacen en el hogar

Cuando las redes sociales viralizaron, como hoy se dice, los desmanes, improperios y abusos de adolescentes y jóvenes durante el feriado de carnaval en nuestras costeñas playas, vino el rasgar de vestiduras, el preguntarse del porqué pasan estas cosas, junto a críticas y reparos. Sí, la prensa escrita y los medios audiovisuales se hicieron eco de reclamos ciudadanos y también dejaron escuchar su voz sancionando, aunque sea moralmente, tales eventos.

Ciertamente, no entendemos la sorpresa, porque como decimos cada vez que podemos, no creemos en las casualidades sino en las causalidades. Los abuelos decían: "siembra vientos y cosecha tempestades", y es curiosamente claro que es lo que se ha hecho entre nosotros. Hemos permitido a párvulos, niños y jóvenes, bajo distintos argumentos, el hacer lo que les provoque, el imponer su voluntad, el reclamar e increpar desde sus derechos sin equilibrar esa formación con los deberes que como hijos, estudiantes o ciudadanos, en cada etapa de su vida y en cada circunstancia adquieren; no se diga el casi haber ignorado por completo el respeto al otro, que a ratos ha pasado a segundo plano.

Nadie niega que el ser humano es sujeto de derechos, pero es claro que como vivimos en sociedad, el derecho de cada quien debe limitar por fuerza con el derecho del hermano, del compañero, del conciudadano. Los derechos personales no me hacen una isla ni un ser prepotente que va por el mundo imponiendo su propia voluntad por encima y a pesar de los demás.

Lo que vemos pues en aquellos exabruptos, agresiones y por qué no decirlo, actos vandálicos, no reflejan sino la cosecha de aquella siembra tibia, frágil y descuidada que hicimos alguna vez cuando esos seres humanos eran niños. La responsabilidad, el respeto y la consideración del otro, nacen en el hogar y por supuesto que deben merecer eco en el modelo educativo en el que se crece; por ello, los responsables no solo son esos chicos que atropellaron, maltrataron y asustaron, por decir lo menos, a viandantes como a conductores y pasajeros, sino también aquellos que los formaron y educaron.